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EL CAMINO A CRISTO -EL PRINCIPE DEL CIELO- parte 26-

EL SECRETO DEL CRECIMIENTO

COMO BUSCAR LA VIDA MAS PROFUNDA DE UNA CONTINUA PERMANENCIA EN EL-parte 3-

No debemos hacer de nuestro yo el centro de nuestros pensamientos, ni alimentar ansiedad ni temor acerca de si seremos salvos o no.  Todo ésto es lo que desvía el alma de la Fuente de nuestra fortaleza.  Encomendemos nuestra alma al cuidado de Dios y confiemos en El.  Hablemos de Jesús y pensemos en El.  Desterremos toda duda y disipemos nuestros temores. Pablo dice:…”y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cuál me amó y se entregó a si mismo por mí” (Gal.2:20). Reposemos en Dios.  Si nos ponemos en sus manos, El nos hará más vencedores por Aquél que nos amó.

Cuando Cristo se humanó, se unió a sí mismo a la humanidad con un lazo de amor que jamás romperá poder alguno, salvo la elección del hombre mismo. Satanás constantemente nos presenta engaños para inducirnos a romper este lazo; elegir separarnos de Cristo.  Sobre ésto necesitamos velar, luchar, orar, para que ninguna cosa pueda inducirnos a elegir otro Maestro; pues estamos siempre libres para hacer esto.  Más tengamos los ojos fijos en Cristo, y El nos preservará. Confiando en Jesús estamos seguros.  Nada puede arrebatarnos de su mano.  Mirándolo constantemente,  “somos transformados en la misma semejanza, de gloria en gloria, así como el Espíritu del Señor.” (2Cor.3:18)

Aún Juan, el discípulo amado, el que más plenamente llegó a reflejar la imagen del Salvador, no poseía naturalmente esa belleza de carácter. No solamente hacía valer sus derechos y ambicionaba honores, sino que era impetuoso y se resentía bajo las injurias. Más cuando se le manifestó el carácter de Cristo, vio sus defectos y el conocimiento de ellos lo humilló, y la mansedumbre que él vio en la vida diaria del Hijo de Dios, llenaron su alma de admiración y amor. 

De día en día era su corazón atraído hacia Cristo, hasta que se olvidó de sí mismo por amor a su Maestro.  Su genio, resentido y ambicioso, cedió al poder transformador de Cristo. La influencia regeneradora del Espíritu Santo renovó su corazón. El poder del amor de Cristo transformó su carácter.  Ese es  el resultado seguro de la unión con Jesús.  Cuando Cristo habita en el corazón, la naturaleza entera se transforma.  El Espíritu de Cristo y su amor, ablandan el corazón, someten el alma y elevan los pensamientos y deseos a Dios y al cielo.

Cuando Cristo ascendió a los cielos, la sensación de su presencia permaneció aún con los que le seguían.  Era una presencia personal, llena de amor y luz. Fue arrebatado de ellos al cielo, mientras les dejaba un mensaje de paz: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). Sabían que El había ascendido para prepararle lugar y que vendría otra vez para llevarlos consigo.

Y en el día de Pentecostés vino a ellos la presencia del Consolador, del cuál Cristo había dicho: “Estará en vosotros”. Y desde aquel día Cristo había de morar continuamente por el Espíritu en el corazón de sus hijos. Su unión con ellos era más estrecha que cuando El estaba personalmente con ellos.  Todo lo que Cristo fue para sus primeros discípulos, desea serlo para sus hijos hoy; porque en su última oración dijo:

“No ruego solamente por éstos, sino también por aquéllos que han de creer en mí por medio de la palabra de ellos” (Juan 17:20).   

(Elena White)

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EL CAMINO A CRISTO -EL PRINCIPE DEL CIELO- parte 25-

EL SECRETO DEL CRECIMIENTO

COMO BUSCAR LA VIDA MAS PROFUNDA DE UNA CONTINUA PERMANENCIA EN EL-parte 2-

Muchos tienen la idea de que deben hacer alguna parte de la obra solos. Ya han confiado en Cristo para el perdón de sus pecados, pero ahora procuran vivir rectamente por sus propios esfuerzos.  Más tales esfuerzos se desvanecerán. Jesús dice: “Porque separados de mi nada podéis hacer”. Nuestro crecimiento en la gracia, nuestro gozo, nuestra utilidad, todo depende de nuestra unión con Cristo, solamente estando en comunión con El diariamente, a cada hora permaneciendo en El, es como hemos de crecer en la gracia. El no solamente el autor sino también el consumador de nuestra fe.  Cristo es el principio, el fin, la totalidad. Estará con nosotros no solamente al principio y al fin de nuestra carrera, sino en cada paso del camino. David dice: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque estando en El a mi diestra, no resbalaré.” (Salmo 16:8)

Por la fe llegamos a ser de Cristo, y por la fe tenemos que crecer en El dando y tomando a la vez.  Tenemos que darle todo: el corazón, la voluntad, la vida, darnos para El para obedecer todos sus requerimientos; y debemos tomar todo: a Cristo, la plenitud de toda bendición, para que habite en nuestro corazón y para que sea nuestra fuerza, nuestra justicia, nuestra eterna ayuda a fin de que nos de poder para obedecerle.

Consagrémonos a Dios todas las mañanas; hagamos de ésto nuestro primer trabajo. Este es un asunto diario. Sometamos nuestros planes a El. Sea puesta así nuestra vida en las manos de Dios y será cada vez más semejante a la de Cristo. La vida en Cristo es una vida de reposo.  Puede no haber éxtasis de la sensibilidad, pero debe haber una confianza continua y apacible.  Nuestra esperanza no está en nosotros, está en Cristo.

Nuestra debilidad está unida a su fuerza, nuestra ignorancia a su sabiduría, nuestra fragilidad a su eterno poder. Pensemos en su amor, en su belleza y en la perfección de su carácter. Amándole, imitándole, dependiendo enteramente de El, es como seremos transformados a su semejanza.

Jesús dice: “Permaneced en mí”  Estas palabras dan idea de descanso, estabilidad, confianza.  También nos invita:¡Venid a mí…y os daré descanso!” (Mateo 11:28). “Confiad calladamente en Jehová, y espérale con paciencia.”  “en quietud y confianza será vuestra fortaleza”  (Sal.37:7; Isa.30:15). Este descanso no se funda en la inactividad; porque en la invitación del Salvador la promesa de descanso está unida con el llamamiento al trabajo: “Tomad mi yugo sobre vosotros, y …hallareis descanso.” (Mateo 11:29)  El corazón que más plenamente descansa en Cristo es el más ardiente y activo en el trabajo para El.

Cuando el hombre dedica muchos pensamientos a sí mismo, se aleja de Cristo: manantial de fortaleza y vida. Por esto Satanás se esfuerza constantemente por mantener la atención apartada del Salvador e impedir así la unión y comunión del alma con Cristo. Los placeres del mundo, los cuidados de la vida y sus perplejidades y tristezas, las faltas de otros o nuestras propias faltas e imperfecciones hacia alguna de estas cosas, o hacia todas ellas, procura desviar la mente.  No seamos engañados por sus maquinaciones. A muchos que son realmente concienzudos y que desean vivir para Dios los hace también detenerse a menudo en sus faltas y debilidades, y separarlos así de Cristo, espera obtener la victoria.  (Elena White)

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EL CAMINO A CRISTO -EL PRINCIPE DEL CIELO- parte 24-

EL SECRETO DEL CRECIMIENTO

COMO BUSCAR LA VIDA MAS PROFUNDA DE UNA CONTINUA PERMANENCIA EN EL-parte 1-

En la Biblia se llama nacimiento al cambio de corazón por el cuál somos hechos hijos de Dios.  También se lo compara con la germinación de la buena semilla sembrada por el labrador. De igual modo los que están recién convertidos a Cristo, son como “niños recién nacidos”, “creciendo” (1Pedro 2:2; Efe.4:15), a la estatura de hombres en Cristo Jesús. Como la buena simiente en el campo, tienen que crecer y dar fruto.  Isaías dice que serán “llamados árboles de justicia, plantados por Jehová mismo, para que El sea glorificado” (Isaías 61:3). Del mundo natural se sacan así ilustraciones para ayudarnos a entender mejor las verdades misteriosas de la vida espiritual.

Toda la sabiduría e inteligencia de los hombres no pueden dar vida al objeto más pequeño de la naturaleza.  Solamente por la vida que Dios mismo les ha dado pueden vivir las plantas y los animales. Asimismo es solamente mediante la vida de Dios como se engendra la vida espiritual en el corazón de los hombres.  Si el hombre no “naciere de nuevo” (Juan 3:3)-no puede ser hecho participante de la vida que Cristo vino a dar.

Lo que sucede con la vida, sucede con el crecimiento. Dios es el que hace florecer el capullo y fructificar las flores.  Su poder es el que hace a la simiente desarrollar “primero hierva, luego espiga, luego grano lleno de espiga” (Marcos 4:28).  El profeta Oseas dice que Israel “echará flores como el lirio”, “Serán revivificados como el trigo, y florecerán como la vid”. (Oseas 14:5,7). Y Jesús nos dice:  “¡Considerad los lirios, como crecen!” (Lucas 12:27). Las plantas y las flores crecen no por su propio cuidado o solicitud o esfuerzo, sino porque reciben lo que Dios ha proporcionado para que les de vida.  El niño no puede por su solicitud o poder propio añadir algo a su estatura.

Ni nosotros podemos por nuestra solicitud o esfuerzo conseguir el crecimiento espiritual. La planta y el niño crecen al recibir de la atmósfera que los rodea aquello que les da vida: el aire, el sol y el alimento.  Lo que estos dones de la naturaleza son para los animales y las plantas, es Cristo para los que confían en El. El es su “luz eterna”, “escudo y sol” (Isaías 60:19; Salmo 84:11). Será como el roció a Israel”, “Descenderá como la lluvia sobre el césped cortado.” (Oseas 14:5; Salmo 72:6). El es el agua viva, “el pan de Dios…que descendió del cielo, y da vida al mundo” (Juan 6:33).

En el don incomparable de su Hijo, ha rodeado Dios al mundo entero en una atmósfera de gracia tan real como el aire que circula en derredor del globo.  Todos los que quisieren respirar esta atmósfera vivificante vivirán y crecerán hasta la estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús. Como la flor se torna hacia el sol, a fin de que los brillantes rayos la ayuden a perfeccionar su belleza y simetría, así debemos tornarnos hacia el Sol de Justicia, a fin de que la luz celestial brille sobre nosotros, para que nuestro carácter se transforme a la imagen de Cristo.

Jesús enseña la misma cosa cuando dice: “¡Permaneced en mí, y yo en vosotros! Como no puede el sarmiento llevar fruto de sí mismo, si no permaneciera en la vid, así tampoco vosotros, si no permaneciereis en mí…Porque separados de mi nada podéis hacer” (Juan 15:4,5). Así también nosotros necesitamos auxilio de Cristo, para poder vivir una vida santa, como la rama depende del tronco principal para su crecimiento y fructificación.  Fuera de El no tenemos vida.  No hay poder en nosotros para resistir la tentación o para crecer en la gracia o en la santidad.  (Elena White)

 

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EL CAMINO A CRISTO -EL PRINCIPE DEL CIELO- parte 23-

COMO LOGRAR UNA MAGNIFICA RENOVACION

COMO PERMANECER CERCA DE EL Y SOSTENER UNA VIDA VICTORIOSA EN CRISTO-parte 4-

Murió por nosotros y ahora ofrece quitarnos nuestros pecados y vestirnos de su justicia. Si nos entregamos a El y lo aceptamos como nuestro Salvador, por pecaminosa que haya sido nuestra vida, seremos contados entre los justos por consideración a El.  El carácter de Cristo toma el lugar del nuestro, y nosotros somos aceptados por Dios como si no hubiésemos pecado.

Más aún, Cristo cambia el corazón. Habita en nuestro corazón por la fe. Debemos mantener esta comunión con Cristo por la fe y la sumisión continua de nuestra voluntad a El; mientras hagamos ésto, El obrará en nosotros para que hagamos conforme a su voluntad.  Así podremos decir: “…y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del hijo de Dios, el cuál me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Cuando hablamos de la fe debemos tener siempre presente una distinción.  Hay una clase de creencia enteramente distinta de la fe. La existencia y el poder de Dios, la verdad de su Palabra, son hechos que aun Satanás y sus huestes no pueden negar.

 La Biblia dice:..También los demonios creen, y tiemblan (Santiago 2:19), pero ésta no es fe.  Donde no solo hay una creencia en la Palabra de Dios, sino una sumisión de la voluntad a El; donde se le da a El el corazón y los afectos se fijan en El; allí hay fe, fe que obra por el amor y purifica el alma.  Mediante esta fe, el corazón se renueva conforme a la imagen de Dios. Y el corazón que en su estado carnal no se sujetaba a la Ley de Dios ni tampoco podía, se deleita después en sus santos preceptos, diciendo con el salmista:”¡Oh cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Salmo 119:97) Y la justicia de la Ley se cumple en nosotros, los que no andamos “conforme a la carne, más conforme al espíritu” (Rom.8:1).

Hay quienes han conocido el amor perdonador de Cristo y desean realmente ser hijos de Dios; sin embargo, reconocen que su carácter es imperfecto y su vida defectuosa, y están propensos a dudar de que sus corazones hayan sido regenerados por el Espíritu Santo. No debemos desanimarnos. Aún si somos vencidos por el enemigo, no somos arrojados, ni abandonados, ni rechazados por Dios. NO; Cristo está a la diestra de Dios e intercede por nosotros.…Y si alguno pecare, abogado tenemos para con el Padre, a saber, Jesucristo el Justo.” (Juan 2:1) Oremos con más fervor; creamos más plenamente. A medida que desconfiemos de nuestra propia fuerza confiaremos en el poder de nuestro Redentor, y luego alabaremos a Aquél que es la salud de nuestro rostro.

Cuanto más cerca estemos de Jesús, más imperfectos nos reconoceremos, porque veremos más claramente nuestros defectos a la luz del contraste de su perfecta naturaleza.  Esta es una evidencia de que los engaños de Satanás han perdido su poder y de que el Espíritu de Dios nos está despertando.

Mientras menos cosas dignas de estima veamos en nosotros, más encontraremos que estimar en la pureza y santidad infinitas de nuestro Salvador.  Una idea de nuestra pecaminosidad nos puede guiar a Aquél que nos puede perdonar; y cuando, comprendiendo nuestra impotencia, nos esforcemos en seguir a Cristo, El se nos revelará con poder.  Cuanto más nos guie la necesidad a El y a la Palabra de Dios tanto más elevada visión tendremos de su carácter y más plenamente reflejaremos su imagen.  (Elena White)

 

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EL CAMINO A CRISTO -EL PRINCIPE DEL CIELO- parte 22-

COMO LOGRAR UNA MAGNIFICA RENOVACION

COMO PERMANECER CERCA DE EL Y SOSTENER UNA VIDA VICTORIOSA EN CRISTO-parte 3-

En vez de que la fe exima al hombre de la obediencia, es la fe, y sólo ella, la que lo hace participante de la gracia de Cristo y lo capacita para obedecerlo.

No ganamos la salvación con nuestra obediencia; porque la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe. Pero la obediencia es el fruto de la fe. “Sabéis que El fue manifestado para quitar los pecados, y en El no hay pecado. Todo aquél que mora en El no peca; todo aquél que peca no le ha visto, ni le ha conocido.” (Juan 3:5,6). He aquí la verdadera prueba. Si moramos en Cristo, si el amor de Dios mora en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras acciones, tienen que estar en armonía con la voluntad de Dios como se expresa en los preceptos de su Santa Ley. “¡Hijitos míos, no dejéis que nadie os engañe! el que obra justicia es justo, así como El es justo” (Juan 3:7).  Sabemos lo que es la justicia por el modelo de la Santa Ley de Dios, como se expresa en los Diez Mandamientos dados en el Sinaí. (Exodo 20:3-17)

Esa así llamada fe en Cristo, que según se declara exime a los hombres de la obligación de la obediencia a Dios, no es fe sino presunción. “Por gracia sois salvos, por medio de la fe”. Más “la fe, si no tuviere obras, es muerta” (Efes.2:8; Sant.2:7).  Jesús dijo de sí mismo antes de venir al mundo: “Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi corazón.” (Sal.40:8).  Y cuando estaba por ascender a los cielos, dijo otra vez: Yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.” (Juan 15:10).  La Escritura dice: “Y en ésto sabemos que le conocemos a El, a saber, si guardamos sus mandamientos…El que dice que mora en El debe también el mismo andar así como El anduvo.” (Juan 2:3-6).

La condición para alcanzar la vida eterna es ahora exactamente la misma de siempre, tal cual era en el paraíso antes de la caída de nuestros primeros padres: la perfecta obediencia a la Ley de Dios, la perfecta justicia.  Si la vida eterna se concediera con alguna condición inferior a ésta, peligraría la felicidad de todo el universo.  Se le abriría la puerta al pecado con todo su sequito de dolor y miseria para siempre.

Era posible para Adán, antes de la caída, conservar un carácter justo por la obediencia a la ley de Dios. Más no lo hizo, y por causa de su caída tenemos una naturaleza pecaminosa y no podemos hacernos justos a nosotros mismos.  Puesto que somos pecadores y malos, no podemos obedecer perfectamente una ley santa.  No tenemos por nosotros mismos justicia con que cumplir lo que la ley de Dios demanda.  Más Cristo nos ha preparado una vía de escape.  Vivió sobre la tierra en medio de pruebas y tentaciones tales como las que nosotros tenemos que arrostrar.  Sin embargo, su vida fue impecable.  Murió por nosotros y ahora ofrece quitarnos nuestros pecados y vestirnos de su justicia.  (Elena White)

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EL CAMINO A CRISTO -EL PRINCIPE DEL CIELO- parte 21-

COMO LOGRAR UNA MAGNIFICA RENOVACION

COMO PERMANECER CERCA DE EL Y SOSTENER UNA VIDA VICTORIOSA EN CRISTO-parte 2-

No hay evidencia de arrepentimiento verdadero cuando no se produce una reforma en la vida.  Si restituye la prenda, devuelve lo que hubiera robado, confiesa sus pecados y ama a Dios y a su prójimo, el pecador puede estar seguro de que pasó de muerte a vida.

Cuando venimos a Cristo, como seres errados y pecaminosos, y nos hacemos participantes de su gracia perdonadora, nace en nuestro corazón el amor de El. Toda carga resulta ligera; porque el yugo de Cristo es suave.  El sendero que en el pasado nos parecía cubierto de tinieblas ahora brilla con los rayos del Sol de Justicia.  La belleza del carácter de Cristo se verá en los que le siguen.  Era su delicia hacer la voluntad de Dios.  El poder predominante en la vida de nuestro Salvador era el amor a Dios y el celo por su gloria.

El amor embellecía y ennoblecía todas sus acciones.  El amor es de Dios, no puede producirlo u originarlo el corazón inconverso. Se encuentra solamente en el corazón donde Cristo reina. “Nosotros amamos, por cuanto El nos amó primero” (1 Juan 4:19). En el corazón regenerado por la gracia divina, el amor es el móvil de las acciones.  Modifica el carácter, gobierna los impulsos, restringe las pasiones, domina la enemistad y ennoblece los afectos.  Este amor alimentado en el alma, endulza la vida y derrama una influencia purificadora en todo su derredor.

Hay dos errores contra los cuales los hijos de Dios, particularmente los que apenas han comenzado a confiar en su gracia, deben especialmente guardarse.  El primero, sobre el que ya se ha insistido, es el fijarse en sus propias obras, confiando en alguna cosa que puedan hacer, para ponerse en armonía con Dios. El que está procurando llegar a ser santo mediante sus propios esfuerzos por guardar la Ley, está procurando una imposibilidad.  Todo lo que el hombre puede hacer sin Cristo está contaminado de amor propio y pecado.  Solamente la gracia de Cristo, por medio de la fe, puede hacernos santos.

El error opuesto y no menos peligroso es que la fe en Cristo exime a los hombres de guardar la Ley de Dios; que puesto que solamente por la fe somos hechos participantes de la gracia de Cristo, nuestras obras no tienen nada que ver con nuestra redención.

Pero nótese aquí que la obediencia no es un mero cumplimiento externo, sino un servicio de amor.  La Ley de Dios es una expresión de su misma naturaleza; es la personificación del gran principio del amor y, en consecuencia, el fundamento de su gobierno en los cielos y en la tierra. Si nuestros corazones son regenerados a la semejanza de Dios, si el amor divino es implantado en el corazón, ¿no se manifestará la Ley de Dios en la vida?

Cuando es implantado el principio del amor en el corazón, cuando el hombre es renovado conforme a la imagen del que lo creó, se cumple en él la promesa del nuevo pacto: “Pondré mis leyes en su corazón, y también en su mente las escribiré” (Heb.10:16). La obediencia, es decir, el servicio y la lealtad de amor, es la verdadera prueba del discipulado. La escritura dice:

“Este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos”. “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es mentiroso, y no hay verdad en él”.  (Juan 5:3, 2:4)     

(Elena White)

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EL CAMINO A CRISTO -EL PRINCIPE DEL CIELO- parte 20

COMO LOGRAR UNA MAGNIFICA RENOVACION

COMO PERMANECER CERCA DE EL Y SOSTENER UNA VIDA VICTORIOSA EN CRISTO-parte 1-

”Si alguno está en Cristo, es una nueva criatura: las cosas viejas pasaron ya, he aquí todo se ha hecho nuevo” (1 Cor.5:17).Tal vez alguno no podrá decir el tiempo o el lugar exacto, ni trazar toda la cadena de circunstancias del proceso de su conversión; pero ésto no prueba que no se haya convertido, Cristo dijo a Nicodemo: “El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido, más no sabes de donde viene, ni adonde va, así es todo aquel que es nacido del Espíritu.”  (Juan 3:8).  Así como el viento es invisible y, sin embargo, se ven y se sienten claramente sus efectos, así obra el Espíritu de Dios en el corazón humano.

El poder regenerador que ningún ojo humano puede ver engendra una vida nueva en el alma; crea un nuevo ser conforme a la imagen de Dios. Aunque la obra del Espíritu es silenciosa e imperceptible, sus efectos son manifiestos. Cuando el corazón ha sido renovado por el Espíritu de Dios el hecho se manifiesta en la vida.  Al paso que no podemos hacer nada para cambiar nuestro corazón, ni para  ponernos en armonía con Dios, al paso que no debemos confiar para nada en nosotros ni en nuestras buenas obras, nuestras vidas han de revelar si la gracia de Dios mora en nosotros.

Se notará un cambio en el carácter, en las costumbres y ocupaciones. La diferencia será muy clara e inequívoca entre lo que han sido y lo que son. El carácter se da a conocer no por las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecutan, sino por la tendencia de las palabras y de los actos en la vida diaria.

Es cierto que puede haber una corrección del comportamiento externo, sin el poder regenerador de Cristo.  El amor a la influencia y el deseo de la estimación de otros pueden producir una vida muy ordenada.  El respeto propio puede impulsarnos a evitar la apariencia del mal. Un corazón egoísta puede ejecutar obras generosas.  ¿De que medio nos valdremos, entonces para saber a que clase pertenecemos?

¿Quién posee nuestro corazón? ¿Con quién están nuestros pensamientos? ¿De quién nos gusta hablar? ¿Para quién son nuestros afectos y nuestras mejores energías? Si somos de Cristo, nuestros pensamientos están con El y nuestros más gratos pensamientos son para El. Todo lo que tenemos y somos lo hemos consagrado a El. Deseamos vehementemente ser semejantes a El, tener su Espíritu, hacer su voluntad y agradarle en todo.

Los que son hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús manifiestan los frutos del Espíritu:amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza.”  (Gal.5:22,23). Ya no se conforman por mas tiempo con las concupiscencias anteriores, sino que por la fe del Hijo de Dios siguen sus pisadas, reflejan su carácter y se purifican a sí mismos así como El es puro.  Aman ahora las cosas que en un tiempo aborrecían y aborrecen las cosas que en otro tiempo amaban. El que era orgulloso y dominante, ahora es manso y humilde de corazón.  El que antes era vano y altanero, ahora es serio y discreto, El que antes era borracho, ahora es sobrio y el que era libertino, ahora es puro.  Han dejado las costumbres y modas vanas del mundo.  Los cristianos no buscan “el adorno exterior”, sino que interior el del corazón, y un espíritu manso y sosegado. (Elena White)

 

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EL CAMINO A CRISTO -EL PRINCIPE DEL CIELO- parte 19-

MARAVILLAS OBRADAS POR LA FE

COMO CREER EN EL Y RECIBIR UNA NUEVA VIDA EN CRISTO-parte 2

De modo que ya no sois vuestros; porque comprados sois por precio. “Sabiendo que fuisteis redimidos…no con cosas corruptibles, como plata y oro, sino con preciosa sangre, la de Cristo, como de un cordero sin defecto e inmaculado.” (1Pedro 1:18,19).  Por el simple hecho de creer en Dios, el Espíritu Santo ha engendrado una vida nueva en nuestro corazón.  Somos como niños nacidos en la familia de Dios, y El nos ama como a su Hijo.

Algunos parecen creer que deben estar a prueba y que deben demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder contar con su bendición.  Más ellos pueden pedir la bendición de Dios ahora mismo. Deben tener su gracia, el Espíritu de Cristo, para que los ayude en sus flaquezas; de otra manera no pueden resistir al mal. 

Jesús se complace en que vayamos a El como somos, pecaminosos, impotentes, necesitados. Podemos ir con toda nuestra debilidad, insensatez y maldad y caer arrepentidos a sus  pies. Es su gloria estrecharnos en los brazos de su amor, vendar nuestras heridas y limpiarnos de toda impureza. Miles se equivocan en ésto: no creen que Jesús los perdona personal e individualmente.  No creen al pie de la letra lo que Dios dice.  Es el privilegio de todos los que llenan las condiciones saber por sí mismos que el perdón de todo pecado es gratuito.

Alejemos la sospecha de que las promesas de Dios no son para nosotros. Son para todo pecador arrepentido.  Cristo ha provisto fuerza y gracia para que los ángeles ministradores las lleven a toda alma creyente.  Ninguno hay tan malvado que no encuentre fuerza, pureza y justicia en Jesús, que murió por los pecadores.  El está esperándolos para cambiarles los vestidos sucios y corrompidos del pecado por las vestiduras blancas de la justicia; les da vida y no perecerán.

Dios no nos trata como los hombres se tratan entre sí.  Sus pensamientos son pensamientos de misericordia, de amor y de la más tierna compasión.  El dice: “¡Deje el malo su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cuál tendrá compasión de él, y a nuestro Dios, porque es grande en perdonar!” “He borrado, como nublado, tus transgresiones, y como nube tus pecados” (Isaías 55:7; 44:22). “No me complazco en la muerte del que muere, dice Jehová el Señor: ¡volveos pues, y vivid!” (Ezequiel 18:32).

Satanás está pronto para quitarnos la bendita seguridad que Dios nos da.  Desea quitarnos toda vislumbre de esperanza y todo rayo de luz del alma; más no se lo permitamos. No prestemos oído al tentador. Nuestro Padre celestial aborrece el pecado, más ama al pecador, habiéndose dado, en la persona de Cristo, para que todos los que quieran puedan ser salvos y tener bendiciones eternas en el reino de gloria.

Agradezcamos a Dios por el don de su Hijo amado y pidamos que no haya muerto en vano por nosotros. Su Espíritu nos invita hoy. El gran corazón de amor infinito se siente atraído hacia el pecador por una compasión ilimitada. El quiere restituir su imagen moral en el hombre.  Acerquémonos  a El con confesión y arrepentimiento y El se acercará a nosotros con misericordia y perdón.

 “En quien tenemos redención por medio de sus sangre, la remisión de nuestros pecados.” (Efesios 1:7).

(Elena White)

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EL CAMINO A CRISTO -EL PRINCIPE DEL CIELO- parte 18-

MARAVILLAS OBRADAS POR LA FE

COMO CREER EN EL Y RECIBIR UNA NUEVA VIDA EN CRISTO-parte 1

A medida que nuestra conciencia ha sido vivificada por el Espíritu Santo vemos algo de la perversidad del pecado, de su poder, su culpa, su miseria; y lo miramos con aborrecimiento.  Vemos que el pecado nos ha separado de Dios y que estamos bajo la servidumbre del poder del mal.  Cuanto más luchamos por escaparnos, tanto más comprendemos nuestra impotencia.  Nuestros motivos son impuros, nuestro corazón está corrompido.  Vemos que nuestra vida ha estado colmada de egoísmo y pecado. Ansiamos ser perdonados, limpiados y libertados. ¿Qué podemos hacer para obtener la armonía con Dios y la semejanza a El?

Lo que necesitamos es paz; el perdón, la paz y el amor del cielo en el alma. No se los puede comprar con dinero, la inteligencia no los puede obtener, la sabiduría no los puede alcanzar; nunca podemos esperar conseguirlos por nuestro propio esfuerzo.  Más Dios nos lo ofrece como un don, “Sin dinero y sin precio” (Isaías 55:1). Son nuestros con tal que extendamos la mano para tomarlos.  El Señor dice:  “¡Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque fuesen rojos como el carmesí, como lana quedarán (Isaías 1:18). “También os daré un nuevo corazón, y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros.” (Ezequiel 36:26).

Si hemos confesado nuestros pecados y los hemos quitado de nuestro corazón, hemos resuelto entregarnos a Dios, vayamos pues a El y pidámosle que nos limpie de nuestros pecados y nos de un corazón nuevo.  Creamos que lo hará porque lo ha prometido.  Esta es la lección que Jesús enseñó durante el tiempo que estuvo en la tierra: que debemos creer que recibimos el don que Dios nos promete y que es nuestro. Jesús sanaba a los enfermos cuando tenían fe en su poder; les ayudaba con las cosas que podían ver, inspirándoles así confianza en El tocante a las cosas que no podían ver, induciéndolos a creer en su poder de perdonar pecados.

Del simple relato de la Biblia de cómo Jesús sanaba a los enfermos podemos aprender algo acerca del modo de ir a Cristo para que nos perdone nuestros pecados. Nosotros no podemos expiar pecados pasados, no podemos cambiar el corazón y hacernos santos. Más Dios promete hacer todo ésto por nosotros mediante Cristo. Creamos en esa promesa. Confesemos nuestros pecados y entreguémonos a Dios. Si creemos la promesa, si creemos que estamos perdonados y limpiados, Dios suplirá el hecho; estaremos sanos, tal como Cristo dio potencia al paralítico para andar cuando el hombre creyó que había sido sanado.  Así es si así lo creemos.

No esperemos sentir estar sanos, más digamos “Lo creo; así es, no porque lo sienta, sino porque Dios lo ha prometido”. Dice Jesús: “Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibiréis ya; y lo tendréis.” (Marcos 11:24).  Hay una condición en esta promesa: que pidamos conforme a la voluntad de Dios.  Pero es la voluntad de Dios limpiarnos de pecado, hacernos hijos suyos y ponernos en actitud de vivir una vida santa.  De modo que podemos pedir a Dios estas bendiciones, creer que las recibiremos y agradecerle porque nos limpie, y estar en pie delante de la Ley sin confusión ni remordimiento.

“Así que ahora, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”  (Romanos 8:1). 

(Elena White)

 

 

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EL CAMINO A CRISTO -EL PRINCIPE DEL CIELO- parte 17-

LA CONSAGRACIÓN

COMO ENTREGARNOS Y DEDICAR LA VIDA A DIOS -parte3-

La verdadera vida de gozo del alma es tener a Cristo, la esperanza de gloria, modelado en ella.  Muchos dicen: ¿Cómo me entregaré a Dios? Desean hacer su voluntad, más son moralmente débiles, sujetos a la duda y dominados por los hábitos de sus malas vidas. Sus promesas y resoluciones son tan frágiles como telas de araña.  No pueden gobernar sus pensamientos, impulsos y afectos.  El conocimiento de sus promesas no cumplidas y de sus votos quebrantados debilitan su confianza en su propia sinceridad y los induce a sentir que Dios no puede aceptarlos; más no necesitan desesperar.  Lo que necesitan comprender es la verdadera fuerza de la voluntad. 

Este es el poder que gobierna la naturaleza del hombre: el poder de decidir o de elegir.  Todas las cosas dependen de la correcta acción de la voluntad.  Dios ha dado a los hombres el poder de elegir; depende de ellos ejercerlo.  No podemos cambiar nuestro corazón, ni dar por nosotros mismos nuestros afectos a Dios; pero podemos elegir servirle.  Podemos darle nuestra voluntad, para que El obre en nosotros, tanto el querer como el hacer, según su voluntad.

De ese modo nuestra naturaleza entera estará bajo el dominio del Espíritu de Cristo, nuestros afectos se concentrarán en El y nuestros pensamientos se pondrán en armonía con El.

Desear ser bondadosos y santos es rectísimo; pero si sólo llegamos hasta allí de nada nos valdrá. Muchos se perderán esperando y deseando ser cristianos.  No llegan al punto de dar su voluntad a Dios.  No eligen ser cristianos ahora.  Por medio del debido ejercicio de la voluntad, puede obrarse un cambio completo en nuestra vida.  Al dar nuestra voluntad a Cristo, nos unimos con el poder que está sobre todo principado y potestad. Tendremos fuerza de lo alto para sostenernos firmes, y rindiéndonos así constantemente a Dios seremos fortalecidos para vivir una vida nueva, es a saber, la vida de la fe.  (Elena White)

  • “Llevad mi yugo sobre vosotros, y
  • aprended de mí, que soy manso y
  • humilde de corazón; y hallaréis
  • descanso para vuestras almas,
  • porque mi yugo es fácil, y ligera mi
  • carga”  (Mateo 11:29,30)
  • “Mucha paz tienen los que aman
  • tu ley, y no hay para ellos tropiezo”.  (Salmo 119:165)

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