La Verdad Clavada en las Puertas de Wittenberg-parte 2-
La doctrina de las indulgencias había encontrado opositores entre hombres instruidos y piadosos del seno mismo de la iglesia de Roma, y eran muchos los que tenían fe en asertos tan contrarios a la razón y a las Escrituras.
Ningún prelado se atrevía a levantar la voz para condenar el inicuo tráfico, pero los hombres empezaban a turbarse y a inquietarse, y muchos se preguntaban ansiosamente si Dios no obraría por medio de alguno de sus siervos para purificar la iglesia.
Lutero, aunque seguía adhiriéndose estrictamente al Papa, estaba horrorizado por las blasfemas declaraciones de los traficantes en indulgencias. Muchos de sus feligreses habían comprado certificados de perdón y no tardaron en acudir a su pastor para confesar sus pecados esperando de él la absolución, no porque fueran penitentes y desearan cambiar de vida, sino por el mérito de las indulgencias.
Lutero les negó la absolución y les advirtió que como no se arrepintiesen y no reformasen su vida morirían en sus pecados. Llenos de perplejidad recurrieron a Tetzel para quejarse de que su confesor no aceptaba los certificados; y hubo algunos que con toda energía exigieron que les devolviese su dinero.
El fraile se lleno de ira. Lanzó las más terribles maldiciones, hizo encender hogueras en las plazas públicas y declaró que ‘había recibido del Papa la orden de quemar a los herejes que osaran levantarse contra sus santísimas indulgencias’.
Lutero inicio entonces resueltamente su obra como campeón de la verdad. Su voz se oyó desde el púlpito en solemne exhortación. Expuso al pueblo el carácter ofensivo del pecado y enseñóle que le es imposible al hombre reducir su culpabilidad o evitar el castigo por sus propias obras.
Solo el arrepentimiento ante Dios y la fe en Cristo podían salvar al pecador. La gracia de Cristo no podía comprarse, era un don gratuito. Aconsejaba a sus oyentes que no comprasen indulgencias, sino que tuviesen fe en el Redentor crucificado.
Refería su dolorosa experiencia personal, diciéndoles que en vano había intentado por medio de la humillación y de las mortificaciones del cuerpo asegurar la salvación, y afirmaba que desde que había dejado de mirarse a sí mismo y había confiado en Cristo, había alcanzado paz y gozo para su corazón.
Viendo que Tetzel seguía con su tráfico y sus impías declaraciones, resolvió Lutero hacer una protesta más enérgica contra semejantes abusos. Pronto ofreciósele excelente oportunidad. La iglesia del castillo de Wittenberg era dueña de muchas reliquias que se exhibían al pueblo en ciertos días festivos, en ocasión de los cuales se concedía plena remisión de pecados a los que visitasen la iglesia e hiciesen confesión de sus culpas.
De acuerdo con ésto, el pueblo acudía en masa a aquel lugar. Una de tales oportunidades, y de las más importantes por cierto, se acercaba: la fiesta de ‘todos los santos’. La víspera, Lutero, uniéndose a las muchedumbres que iban a la iglesia, fijó en las puertas del templo un papel que contenía 95 proposiciones contra la doctrina de las indulgencias.
Declaraba además que estaba listo para defender aquellas tesis al día siguiente en la universidad, contra cualquiera que quisiera rebatirlas. Estas proposiciones atrajeron la atención general. Fueron leídas y vueltas a leer y se repetían por todas partes. Fue muy intensa la excitación que produjeron en la universidad y en toda la ciudad.
Demostraban que jamás se había otorgado al Papa ni a hombre alguno el poder de perdonar los pecados y de remitir el castigo consiguiente. Todo ello no era sino una FARSA, un artificio para ganar dinero valiéndose de las supersticiones del pueblo, un invento de Satanás para destruir las almas de todos los que confiasen en tan necias mentiras.
Se probaba además con toda evidencia que el Evangelio de Cristo es el tesoro más valioso de la iglesia, y que la gracia de Dios revelada en El se otorga de balde a los que la buscan por medio del arrepentimiento y la fe.
El Conflicto de los Siglos, pp136-139 (Elena White)
El Heraldo del Evangelio Eterno
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