AMPARO Y FORTALEZA–parte 32-
EL SECRETO DE LA FELICIDAD Y LA VICTORIA-parte 1-
LA NATURALEZA y la revelación a una dan testimonio del amor de Dios. La transgresión de la Ley de Dios, de la ley de amor, fue lo que trajo consigo dolor y muerte. Sin embargo, en medio del sufrimiento resultante del pecado se manifiesta el amor de Dios. “DIOS ES AMOR” está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba.
El Señor Jesús vino a vivir entre los hombres, a manifestar al mundo el amor infinito de Dios. Su corazón rebosaba de tierna simpatía por los hijos de los hombres. Se revistió de la naturaleza del hombre para poder simpatizar con sus necesidades. Los más pobres y humildes no tenían temor de allegársele. Tal fue el carácter que Cristo reveló en su vida. Tal es el carácter de Dios.
“Porque del tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en El crea no se pierda más tenga vida eterna” (Juan 3:16)
El hombre, originalmente, fue dotado de facultades nobles y de un entendimiento bien equilibrado. Era perfecto y estaba en armonía con Dios. Sus pensamientos eran puros, sus designios santos. Pero por la desobediencia, sus facultades se pervirtieron y el egoísmo reemplazo al amor. Su naturaleza quedó tan debilitada por la transgresión que ya no pudo, por su propia fuerza, resistir el poder del mal.
Es imposible que escapemos por nosotros mismos del hoyo del pecado en el que estamos sumidos. Nuestro corazón es malo y no lo podemos cambiar. Debe haber un poder que obre desde el interior, una vida nueva de lo alto, antes que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad. ESE PODER ES CRISTO. Únicamente su gracia puede vivificar las facultades muertas del alma y atraer ésta a Dios, a la santidad.
Para todos ellos hay una sola contestación: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29). Aprovechemos los medios que nos han sido provistos para que seamos transformados conforme a su semejanza y restituidos a la comunión de los ángeles ministradores, a la armonía y comunión del Padre y del Hijo.
EL ARREPENTIMIENTO
¿Cómo se justificará el hombre con Dios? ¿Cómo se hará justo el pecador? Sólo por intermedio de Cristo podemos ser puestos en armonía con Dios y con la santidad; pero ¿cómo debemos ir a Cristo? El arrepentimiento comprende tristeza por el pecado y abandono del mismo. No renunciamos al pecado a menos que veamos su pecaminosidad. Mientras no lo repudiemos de corazón, no habrá cambio real en nuestra vida.
Pero cuando el corazón cede a la influencia del Espíritu de Dios, la conciencia se vivifica y el pecador discierne algo de la profundidad y santidad de la sagrada Ley de Dios, fundamento de su gobierno en los cielos y en la tierra. La convicción se posesiona de la mente y el corazón.
La oración de David después de su caída ilustra la naturaleza del verdadero dolor por el pecado. Su arrepentimiento fue sincero y profundo. No se esforzó él por atenuar su culpa y su oración no fue inspirada por el deseo de escapar al juicio que le amenazaba. David veía la enormidad de su transgresión y la contaminación de su alma; aborrecía su pecado.
No sólo pidió perdón, sino también que su corazón fuese purificado. Anhelaba el gozo de la santidad y ser restituido a la armonía y comunión con Dios. Sentir un arrepentimiento como éste es algo que supera nuestro propio poder; se lo obtiene únicamente de Cristo.
Cristo está listo para libertarnos del pecado, pero no fuerza la voluntad. Si rehusamos ¿qué más puede hacer El?
Estudiemos la Palabra de Dios con oración. Cuando veamos la enormidad del pecado, cuando nos veamos cómo somos en realidad, no nos entreguemos a la desesperación, pues a los pecadores es a quienes Cristo vino a salvar. Cuando Satanás acude a decirte que eres un gran pecador, alza los ojos a tu Redentor y habla de sus méritos. Reconoce tu pecado, pero di al enemigo que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” y que puedes ser salvo (1 Timoteo 1:15).
LA CONFESIÓN
Continúa en parte 2