EL CAMINO A CRISTO -EL PRINCIPE DEL CIELO-parte 8-
UN PODER MISTERIOSO QUE CONVENCE
COMO VENIR A DIOS ARREPENTIDO -parte 2-
- “¡Apiádate de mi, Oh Dios, conforme a tu misericordia;
- conforme a la muchedumbre de tus piedades, borra mis transgresiones!
- Porque yo reconozco mis transgresiones
- y mí pecado está siempre delante de mí…
- ¡Purifícame con hisopo, y seré limpio;
- lávame, y quedaré más blanco que la nieve!
- ¡Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
- y renueva un espíritu recto dentro de mí!
- ¡No me eches de tu presencia,
- y no me quites tu Santo Espíritu! (parte del Salmo 51)
Efectuar un arrepentimiento como éste, está más allá del alcance de nuestro propio poder; se obtiene solamente de Cristo, quien ascendió a lo alto y ha dado dones a los hombres.
Precisamente éste es un punto sobre el cual muchos yerran, y por ésto dejan de recibir la ayuda que Cristo quiere darles. Piensan que no pueden ir a Cristo a menos que se arrepientan primero, y que el arrepentimiento los prepara para el perdón de sus pecados. Es verdad que el arrepentimiento precede al perdón de los pecados, porque solamente el corazón quebrantado y contrito es el que siente la necesidad de un Salvador. Pero ¿debe el pecador esperar hasta que se haya arrepentido, para poder ir a Jesús? ¿Ha de ser el arrepentimiento un obstáculo entre el pecador y el Salvador?
La Biblia no enseña que el pecador deba arrepentirse antes de poder aceptar la invitación de Cristo: “¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso!” (Mateo 11:28).
La virtud que viene de Cristo es la que guía a un arrepentimiento genuino. San Pedro habla del asunto de una manera muy clara en su exposición a los israelitas cuando dice: “A éste, Dios le ensalzó con su diestra para ser Príncipe y Salvador, a fin de dar arrepentimiento a Israel, y remisión de pecados” (Hechos 5:31). No podemos arrepentirnos sin que el Espíritu de Cristo despierte la conciencia, más de los que podemos ser perdonados sin Cristo.
Cristo es la fuente de todo buen impulso. El es el único que puede implantar en el corazón enemistad contra el pecado. Todo deseo de verdad y de pureza, toda convicción de nuestra propia pecaminosidad, es una prueba de que su Espíritu está obrando en nuestro corazón.
Jesús dijo: “Yo si fuere levantado en alto de sobre la tierra, a todos los atraeré a mí mismo” (Juan 12:32). Cristo debe ser revelado al pecador como el Salvador que muere por los pecados del mundo; y cuando consideramos al Cordero de Dios sobre la cruz del Calvario, el misterio de la redención comienza a abrirse a nuestra mente y la bondad de Dios nos guía al arrepentimiento. Al morir Cristo por los pecadores, manifestó un amor incomprensible; y este amor, a medida que el pecador lo contempla, enternece el corazón, impresiona la mente e inspira contricción en el alma.
Es verdad que algunas veces los hombres se avergüenzan de sus caminos pecaminosos y abandonan algunos de sus malos hábitos antes de darse cuenta de que son atraídos a Cristo. Pero cuando hacen un esfuerzo por reformarse, con un sincero deseo de hacer el bien, es el poder de Cristo el que los está atrayendo. Una influencia de la cual no se dan cuenta, obra sobre el alma, la conciencia se vivifica y la vida externa se enmienda. Y a medida que Cristo los induce a mirar su cruz y contemplar a quien han traspasado sus pecados, el mandamiento despierta la conciencia. La maldad de su vida, el pecado profundamente arraigado en su alma se revela. Comienzan a entender algo de la justicia de Cristo. ¿Qué es el pecado para que exigiera tal sacrificio por la redención de su víctima? ¿Fueron necesarios todo este amor, todo este sufrimiento, toda esta humillación, para que no pereciéramos, sino que tuviéramos vida eterna? (Elena White)