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Archive for the ‘1.00-CRISTO EN SU SANTUARIO.’ Category

CRISTO EN SU SANTUARIO-parte 11-

EL SANTUARIO CELESTIAL EN MINIATURA-parte 9-

EL SERVICIO DEL SANTUARIO-parte 4-

 EL DÍA DE LA EXPIACIÓN

Una vez al año en el gran día de la expiación, el sacerdote entraba en el lugar santísimo para limpiar el santuario. La obra que se llevaba a cabo allí completaba el ciclo anual de ceremonias.

El día de la expiación se llevaban dos machos cabríos a la puerta del tabernáculo, y se echaba suerte sobre ellos, “una suerte por Jehová, y la otra suerte por Azazel” (Lev.16:8).  El macho cabrío sobre el cual caía la primera suerte debía matarse como ofrenda por el pecado del pueblo.  Y el sacerdote debía llevar la sangre más allá del velo, y rociarla sobre el propiciatorio.  “Así purificará el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados; de la misma manera hará también al tabernáculo de reunión, el cual reside entre ellos en medio de sus impurezas” (vers.16).

“Y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para ésto.  Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío, por el desierto” (vers.  21, 22). Solo después de haberse alejado el macho cabrío, el pueblo se considerará libre de la carga de sus pecados.  Todo hombre debía contristar su alma mientras se verificaba la obra de expiación.  Todos los negocios se  suspendían, y toda la congregación de Israel pasaba el día en solemne humillación delante de Dios, en oración, ayuno y profundo análisis del corazón.

Mediante este servicio anual se le enseñaba al pueblo importantes verdades acerca de la expiación. En la ofrenda por el pecado que se ofrecía durante el año, se había aceptado un sustituto en lugar del pecador; pero la sangre de la víctima no había hecho completa expiación por el pecado. Solo había provisto un medio en virtud del cual el pecado se transfería al santuario.  Al ofrecerse la sangre, el pecador reconocía la autoridad de la ley, confesaba la culpa de su transgresión y expresaba su fe en Aquel que había de quitar los pecados del mundo; pero no quedaba completamente exonerado de la condenación de la ley.

El día de la expiación, el sumo sacerdote, al llevar una ofrenda por la congregación, entraba en el lugar santísimo con la sangre y la rociaba sobre el propiciatorio, encima de las tablas de la ley. En esa forma los requerimientos de la ley, que exigían la vida del pecador, quedaban satisfechos.  Entonces, en su carácter de mediador, el sacerdote tomaba los pecados sobre sí mismo, y salía del santuario llevando sobre si la carga de las culpas de Israel. A la puerta del tabernáculo ponía las manos sobre la cabeza del macho cabrío, símbolo de Azazel, y confesaba “sobre el todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus rebeliones, y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío”.  Y cuando el macho cabrío que llevaba estos pecados era conducido al desierto, se consideraba que con él se alejaban para siempre del pueblo.  Tal era el servicio que se realizaba como “figura y sombra de las cosas celestiales” (Hebreos 8:5).

UNA FIGURA DE LAS COSAS CELESTIALES

-Continúa en parte 12-

 

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CRISTO EN SU SANTUARIO-parte 10-

EL SANTUARIO CELESTIAL EN MINIATURA-parte 8-

EL SERVICIO DEL SANTUARIO-parte 3-

La parte más importante del servicio diario era la que se realizaba a favor de los individuos. El pecador arrepentido traía su ofrenda a la puerta del tabernáculo, y colocando la mano sobre la cabeza de la víctima, confesaba sus pecados; así, en un sentido figurado, los trasladaba de su propia persona a la víctima inocente. Con su propia mano mataba entonces al animal, y el sacerdote llevaba la sangre al lugar santo y la rociaba ante el velo, detrás del cual estaba el arca que contenía la ley que el pecador había violado.  Con esta ceremonia y en un sentido simbólico, el pecado era trasladado al santuario por medio de la sangre.  En algunos casos no se llevaba la sangre al lugar santo, sino que el sacerdote debía comer la carne, tal como Moisés ordenó a los hijos de Aarón, diciéndoles: “La dio él a vosotros para llevar la iniquidad de la congregación” (Lev.10: 17)*. Las dos ceremonias simbolizaban igualmente el traslado del pecado del hombre arrepentido al santuario.

Tal era la obra que se hacía diariamente durante todo el año.  Con el traslado de los pecados de Israel al santuario, los lugares santos quedaban manchados, y se hacía necesaria una obra especial para quitar de allí esos pecados. Dios ordenó que se hiciera expiación por cada una de las sagradas divisiones lo mismo que por el altar.  Así “lo limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel” (Lev. 16:19).

*NOTA: Cuando el sacerdote presentaba una ofrenda por el pecado y por toda la congregación, se llevaba la sangre al lugar santo, se la asperjaba delante del velo y se la ponía sobre los cuernos del altar de oro. El sebo era consumido sobre el altar de holocaustos que estaba en el atrio, pero el cuerpo de la víctima era quemado afuera del campamento.  (Lev.4:1-21).

Sin embargo, cuando la ofrenda era por un gobernante o por uno del pueblo, la sangre no se llevaba al lugar santo, sino que el sacerdote comía la carne como el Señor le indicó a Moisés (véase Lev. 6:26; 4:22-35).

De ese modo, “Los pecados de la gente eran transferidos simbólicamente al sacerdote oficiante, que era el mediador del pueblo.  El sacerdote no podía por sí mismo convertirse en ofrenda por el pecado y expiarlo por medio de su vida, porque también era pecador.  Por tanto, en vez de sufrir el mismo la muerte, sacrificaba un cordero sin defecto.  El castigo del pecado era transferido al animal inocente, que así llegaba a ser su sustituto inmediato y simbolizaba la perfecta ofrenda de Jesucristo.  Mediante la sangre de esta víctima, el hombre veía por fe en el porvenir la sangre de Cristo que expiaría los pecados del mundo”(Elena White-Mensajes Selectos, tomo 1, pág.270).

EL DÍA DE LA EXPIACIÓN

-Continúa en parte 11-

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CRISTO EN SU SANTUARIO-parte 9-

EL SANTUARIO CELESTIAL EN MINIATURA-parte 7-

EL SERVICIO DEL SANTUARIO-parte 2-

El incienso, que ascendía con las oraciones de Israel, representaba los méritos y la intercesión de Cristo, su perfecta justicia, la cual por medio de la fe se acredita a su pueblo, y es lo único que puede influir para que el culto de los seres humanos sea aceptable a Dios.  Delante del velo del lugar santísimo había un altar de intercesión perpetua; y delante del lugar santo, un altar de expiación continua.  Había que acercarse a Dios mediante la sangre y el incienso, pues estas cosas simbolizaban al gran Mediador, por medio de quien los pecadores pueden acercarse a Jehová, y por cuya intervención tan sólo puede otorgarse misericordia y salvación al alma arrepentida y creyente.

Mientras de mañana y de tarde los sacerdotes entraban en el lugar santo a la hora de ofrecer el incienso, el sacrificio diario estaba listo para ser colocado sobre el altar de los holocaustos, en el atrio.  Esta era una hora de intenso interés para los adoradores que se congregaban ante el tabernáculo.  Antes de allegarse a la presencia de Dios por medio del ministerio del sacerdote, debían hacer un ferviente examen de sus corazones y luego confesar sus pecados.  Se unían en oración silenciosa, con los rostros vueltos hacia el lugar santo.  Así sus peticiones ascendían con la nube de incienso, mientras la fe aceptaba los méritos del Salvador prometido al que simbolizaba el sacrificio expiatorio. 

Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino se consideraban sagradas, y toda la nación judía llegó a observarlas como momentos dedicados al culto.  Y cuando en tiempos posteriores los judíos fueron diseminados como cautivos en distintos países, aún entonces a la hora indicada dirigían el rostro hacia Jerusalén, y elevaban sus oraciones al Dios de Israel.  En esta costumbre los cristianos tienen un ejemplo para su oración matutina y vespertina.  Si bien Dios condena la mera ejecución de ceremonias que carezcan del espíritu de culto, mira con gran satisfacción a los que le aman y se postran de mañana y tarde, para pedir el perdón de los pecados cometidos y las bendiciones que necesitan.

Los panes de la proposición se conservaban siempre ante la presencia del Señor como una ofrenda perpetua.  De manera que formaban parte del sacrificio diario. También se los puede llamar “los panes de la presencia”, porque siempre estaban ante el Señor (Exo.25:30).  Era un reconocimiento de que el hombre depende de Dios tanto para su alimento temporal como para el espiritual, y de que se lo recibe únicamente en virtud de la mediación de Cristo.  En el desierto Dios había alimentado a Israel con el pan del cielo y el pueblo seguía dependiendo de su generosidad, tanto en lo referente a las bendiciones temporales como a las espirituales.

El maná, así como los panes de la proposición, simbolizaba a Cristo, el pan viviente, quien está siempre en la presencia de Dios para interceder por nosotros.  El mismo dijo: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo” (Juan 6:48-51). Sobre los panes se ponía el incienso. Cuando se los cambiaba cada sábado, para reemplazarlos por panes frescos, el incienso se quemaba sobre el altar como recordatorio delante de Dios.

-Continúa en parte 10-

 

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CRISTO EN SU SANTUARIO-parte 8-

EL SANTUARIO CELESTIAL EN MINIATURA-parte 6-

EL SERVICIO DEL SANTUARIO-parte 1-

No sólo el santuario mismo, sino también el ministerio de los sacerdotes, debían servir de “figura y sombra de las cosas celestiales” (Heb.8:5). Por eso era de suma importancia; y el Señor, por medio de Moisés, dio las instrucciones más claras y precisas acerca de cada uno de los puntos de este culto simbólico.

El ministerio del santuario consistía en dos partes: un servicio diario y otro anual. El servicio diario se efectuaba en el altar de holocaustos en el atrio del tabernáculo, y en el lugar santo; mientras que el servicio anual se realizaba en el lugar santísimo.

Ningún ojo mortal, excepto el del sumo sacerdote, debía mirar el interior del lugar santísimo. Sólo una vez al año podía entrar allí el sumo sacerdote, y eso después de la preparación más cuidadosa y solemne.  Temblando, entraba para presentarse ante Dios, y el pueblo en reverente silencio esperaba su regreso, con los corazones elevados en fervorosa oración para pedir la bendición divina.  Ante el propiciatorio, el sumo sacerdote hacia expiación por Israel; y en la nube de gloria, Dios se encontraba con él. Si su permanencia en dicho sitio duraba más tiempo del acostumbrado, el pueblo sentía temor de que, a causa de los pecados de ellos o de él mismo, lo hubiese muerto la gloria del Señor.

El servicio diario consistía en el holocausto matutino y vespertino, en el ofrecimiento del incienso en el altar de oro y en los sacrificios especiales por los pecados individuales. Además, había sacrificios para los sábados, las lunas nuevas y las fiestas especiales.

Cada mañana y cada tarde se ofrecía en holocausto sobre el altar un cordero de un año, con las oblaciones apropiadas para simbolizar la consagración diaria a Dios de toda la nación y su constante dependencia de la sangre expiatoria de Cristo.  Dios les indicó expresamente que toda ofrenda presentada para el servicio del santuario debía ser “sin defecto” (Éxodo 12:5).  Los sacerdotes debían examinar todos los animales que se traían como sacrificio, y rechazar los defectuosos. Sólo una ofrenda “sin defecto” podía simbolizar la perfecta pureza de Aquel que había de ofrecerse como “cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:19).

El apóstol Pablo señala estos sacrificios como una ilustración de los que los seguidores de Cristo han de llegar a ser. Dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1). Hemos de entregarnos al servicio de Dios, y debiéramos tratar de hacer esta ofrenda tan perfecta como sea posible. Dios no quedará satisfecho sino con lo mejor que podamos ofrecerle.  Los que lo aman de todo corazón desearán darle el mejor servicio de su vida, y constantemente tratarán de poner todas las facultades de su ser en perfecta armonía con las leyes que los habilitan para hacer la voluntad de Dios.

Al presentar la ofrenda del incienso el sacerdote se acercaba más directamente a la presencia de Dios que en ningún otro acto de los servicios diarios. Como el velo interior del santuario no llegaba hasta el techo del edificio, la gloria de Dios, que se manifestaba sobre el propiciatorio, era parcialmente visible desde el lugar santo.  Cuando el sacerdote ofrecía incienso ante el Señor, miraba hacia el arca; y mientras ascendía la nube del incienso, la gloria divina descendía sobre el propiciatorio que no podía contemplar, así ahora el pueblo de Dios a de dirigir sus oraciones a Cristo, su gran Sumo Sacerdote quien, invisible para el ojo humano, está intercediendo en su favor en el santuario celestial.

-Continúa en parte 9-

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CRISTO EN SU SANTUARIO-parte 7-

EL SANTUARIO CELESTIAL EN MINIATURA-parte 5-

EL SACERDOTE Y SU VESTIMENTA-parte 2-

Ante la zarza ardiente se le ordenó a Moisés que se quitase las sandalias, porque la tierra en que estaba era santa. Tampoco los sacerdotes debían entrar en el santuario con el calzado puesto. Las partículas de polvo adheridas a él habrían profanado el santo lugar.  Debían dejar los zapatos en el atrio antes de entrar en el santuario, y también tenían que lavarse tanto las manos como los pies antes de servir en el tabernáculo o en el altar del holocausto.  En esa forma se enseñaba constantemente que los que quieran acercarse a la presencia de Dios deben apartarse de toda impureza.

Las vestiduras del sumo sacerdote eran de costosa tela de bellísima hechura, como convenía a su elevada jerarquía.  Además del traje de lino del sacerdote común, llevaba una túnica azul, también tejida de una sola pieza.  El borde del manto estaba adornado con campanas de oro y granadas de color azul, púrpura y escarlata.  Sobre ésto llevaba el efod, vestidura más corta, de oro, azul, púrpura, escarlata y blanco, rodeada por una faja de los mismos colores, hermosamente elaborada.  El efod no tenia mangas, y en sus hombreras bordadas con oro, tenia engarzadas dos piedras de ónix, que llevaban los nombres de las doce tribus de Israel.

Sobre el efod estaba el racional, la más sagrada de las vestiduras sacerdotales.  Era de la misma tela del efod.  De forma cuadrada, media un palmo, y colgaba de los hombros mediante un cordón azul prendido en argollas de oro. El ribete estaba formado por una variedad de piedras preciosas, las mismas que forman los doce fundamentos de la ciudad de Dios.  Dentro del ribete había doce piedras engarzadas en oro, dispuestas en hileras de cuatro que, como las de los hombros, tenían grabadas los nombres de las tribus.  Las instrucciones del Señor fueron: “Y llevara Aarón los nombres de los hijos de Israel en el pectoral del juicio sobre su corazón, cuando entre en el santuario, por memorial delante de Jehová continuamente” (Éxodo 28:29).  Así también Cristo, el gran Sumo Sacerdote, al ofrecer su sangre ante el Padre a favor de los pecadores, lleva sobre el corazón el nombre de toda alma arrepentida y creyente. El salmista dice: “Aunque afligido yo y necesitado, Jehová pensará   en mí” (Salmo 40:17).

EL URIM Y EL TUMIM

A la derecha y a la izquierda del racional había dos piedras grandes y muy brillantes.  Se llamaban Urim y Tumim.  Mediante ellas se revelaba la voluntad de Dios al sumo sacerdote. Cuando se llevaban asuntos ante el Señor para que El los decidiera, si un nimbo iluminaba la piedra de la derecha era señal de aprobación o consentimiento divino, mientras que si una nube oscurecía la piedra de la izquierda, era evidencia de negación o desaprobación.

La mitra del sumo sacerdote consistía en un turbante de lino blanco, que tenía una plaquita de oro sostenida por una cinta azul, con la inscripción: “Santidad a Jehová”.  Todo lo relacionado con la indumentaria y la conducta de los sacerdotes había de ser tal, que inspirara en el espectador el sentimiento de santidad a Dios, de lo sagrado de su culto y de la pureza que se exigía a los que se allegaban a su presencia.

EL SERVICIO DEL SANTUARIO

-Continúa en parte 8-

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CRISTO EN SU SANTUARIO-parte 6-

EL SANTUARIO CELESTIAL EN MINIATURA-parte 4-

EL TABERNACULO Y SU CONSTRUCCIÓN-parte 3-

No hay palabras que puedan describir la gloria de la escena que se veía dentro del santuario, con sus paredes doradas que reflejaban la luz de los candeleros de oro, los brillantes colores de las cortinas ricamente bordadas con sus relucientes ángeles, la mesa y el altar del incienso refulgentes de oro;  y más allá del segundo velo, el arca sagrada, con sus querubines místicos, y sobre ella la santa “Shekinah”, manifestación visible de la presencia de Jehová; pero todo ésto era apenas un pálido reflejo de las glorias del templo de Dios en el cielo, que es el gran centro de la obra que se hace a favor de la redención del hombre.

Se necesitó alrededor de medio año para construir el tabernáculo.  Cuando se terminó, Moisés examinó toda la obra de los constructores, comparándola con el modelo que se le enseñó en el monte y con las instrucciones que había recibido de Dios.  “Y vio Moisés toda la obra, y he aquí que la habían hecho como Jehová había mandado; y los bendijo” (Éxodo 39:43).  Con anhelante interés las multitudes de  Israel se agolparon para ver el sagrado edificio.  Mientras contemplaban la escena con reverente satisfacción, la columna de  nube descendió sobre el santuario, y lo envolvió. “Y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo” (Éxodo 40:34). Hubo una revelación de la majestad divina, y por un momento ni siquiera Moisés pudo entrar.  Con profunda emoción, el pueblo vio la señal de que la obra de sus manos era aceptada. No hubo demostraciones de regocijo en alta voz.  Una solemne reverencia se apoderó de todos.  Pero la alegría de sus corazones se manifestó en lágrimas de felicidad, y susurraron fervientes palabras de gratitud porque Dios había condescendido a morar con ellos.

EL SACERDOTE Y SU VESTIMENTA-parte 1-

En virtud de las instrucciones divinas, se apartó a la tribu de Leví para el servicio del santuario.  En tiempos anteriores, cada hombre había sido sacerdote en su propia casa.  En los días de Abrahán, por derecho de nacimiento, el sacerdocio recaía en el hijo mayor.  Ahora, en vez del primogénito de todo Israel, el Señor apartó a la tribu de Leví para la obra del santuario.  Mediante este señalado honor, Dios manifestó su aprobación por la fidelidad de los levitas, tanto por haber cumplido fielmente su servicio como por haber ejecutado sus juicios cuando el resto de las tribus apostataron el rendir culto al becerro de oro. El sacerdocio, no obstante, se restringió a la familia de Aarón. Este  y sus hijos fueron los únicos a quienes se les permitió oficiar ante el Señor; al resto de la tribu se les encargó el cuidado del tabernáculo y su mobiliario.  Además, debían ayudar a los sacerdotes en su ministerio, pero no podían ofrecer sacrificios, ni quemar incienso, ni mirar los utensilios sagrados hasta que estuviesen cubiertos.

Se designó para los sacerdotes un traje especial, que concordaba con su oficio. “Y harás vestiduras sagradas a Aarón tu hermano, para honra y hermosura” (Éxodo 28:2), fue la instrucción divina que se le dio a Moisés.  El hábito del sacerdote común era de lino blanco tejido de una sola pieza.  Se extendía casi hasta los pies, y estaba ceñido en la cintura por una faja de lino blanco bordada de azul, púrpura y rojo.  Un turbante de lino, o mitra, completaba su vestidura exterior.

-Continúa en parte 7-

 

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CRISTO EN SU SANTUARIO-parte 5-

EL SANTUARIO CELESTIAL EN MINIATURA-parte 3-

EL TABERNACULO Y SU CONSTRUCCIÓN-parte 2-

En el primer departamento, o lugar santo, estaban la mesa para los panes de la proposición, el candelero o lámpara y el altar del incienso. La mesa de los panes de la proposición estaba hacia el norte.  Tanto ella como su borde decorado estaban revestidos de oro puro.  Sobre esta mesa los sacerdotes debían poner cada sábado doce panes, arreglados en dos pilas y rociados con incienso.  Por ser santos, los panes que se quitaban debían ser comidos por los sacerdotes.  Al sur estaba el candelero de siete brazos, con sus siete lámparas.  Sus brazos estaban decorados con flores exquisitamente labradas y parecidas a lirios; el conjunto estaba hecho de una pieza sólida de oro. Como no había ventanas en el tabernáculo, las lámparas nunca se extinguían todas al mismo tiempo, sino que ardían día y noche.  Exactamente frente al velo que separaba el lugar santo del santísimo y de la inmediata presencia de Dios, estaba el altar de oro del incienso.  Sobre este altar el sacerdote debía quemar incienso todas las mañanas y todas las tardes; sobre sus cuernos se aplicaba la sangre de la victima de la expiación, y en el gran día de la expiación era rociado con sangre. El fuego que estaba sobre el altar fue encendido por Dios mismo, y se lo cuidaba devotamente. Día y noche, el santo incienso difundía su fragancia por los recintos sagrados del tabernáculo y por sus alrededores.

Más allá del velo interior estaba el lugar santísimo que era el centro del servicio de expiación e intercesión, y constituía el eslabón que unía el cielo y la tierra.  En ese departamento está el arca, que era un cofre de madera de acacia, recubierto de oro por dentro y por fuera, y que tenía un reborde de oro encima.  En el estaban guardadas las tablas de piedra, en las cuales Dios mismo había grabado los Diez Mandamientos.  Por consiguiente, se lo llamaba arca del testamento de Dios, o arca de la alianza, puesto que los Diez Mandamientos eran la base de la alianza hecha entre Dios e Israel.

La cubierta del arca sagrada se llamaba “propiciatorio”.  Estaba hecha de una sola pieza de oro, y encima tenía dos querubines de oro, uno en cada extremo. Un ala de cada ángel se extendía hacia arriba, mientras la otra permanecía plegada sobre el cuerpo (véase Ezeq.1:11) en señal de reverencia y humildad.  La posición de los querubines,  con la cara vuelta el uno hacia el otro y mirando reverentemente hacia abajo sobre el arca, representaba la reverencia con la cual la hueste celestial mira la Ley de Dios y su interés en el plan de redención.

Encima del propiciatorio estaba la “Shekinah”, o manifestación de la divina presencia; y desde en medio de los querubines Dios daba a conocer su voluntad.  Los mensajes divinos eran comunicados a veces al sumo sacerdote mediante una voz que salía de la nube.  Otras veces caía una luz sobre el ángel de la derecha, para indicar aprobación o aceptación o una sombra o nube descansaba sobre el ángel de la izquierda, para revelar desaprobación o rechazamiento.

La Ley de Dios, guardada como reliquia dentro del arca, era la gran regla de la rectitud y del juicio.  Esa ley determinaba la muerte del transgresor; pero encima de la ley estaba el propiciatorio, donde se revelaba la presencia de Dios y desde el cual, en virtud de la expiación, se otorgaba perdón al pecador arrepentido.  Así, en la obra de Cristo a favor de nuestra redención, simbolizada por el servicio del santuario, “La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron” (Salmo 85:10).

-Continúa en parte 6-

 

 

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CRISTO EN SU SANTUARIO-parte 4-

EL SANTUARIO CELESTIAL EN MINIATURA-parte 2-

Las murmuraciones de los israelitas y cómo Dios castigó sus pecados fueron registrados como advertencia para las futuras generaciones. Y su  devoción, su celo y generosidad, son un ejemplo digno de imitarse.  Todos los que aman el culto a Dios y aprecian la bendición de su santa  presencia, mostrarán el mismo espíritu de sacrificio en la preparación de una casa donde El pueda reunirse con ellos.  Desearán traer al Señor una ofrenda de lo mejor que posean.  La casa que se construya para Dios no debe quedar endeudada, pues con ello Dios será deshonrado.  Debiera darse una cantidad suficiente para llevar a cabo la obra, para que los que la construyen puedan decir, como dijeron los constructores del tabernáculo: “No traigáis más ofrenda”

EL TABERNACULO Y SU CONSTRUCCION -parte 1-

El tabernáculo construido era desarmable, de modo que los israelitas pudieran llevarlo en su peregrinaje. Era por consiguiente pequeño, de sólo cincuenta y cinco pies de largo por diez y ocho de ancho y alto (Aproximadamente 17 m. de largo por 5 m. de ancho y alto).  No  obstante, era una construcción magnifica. La madera que se empleo en el edificio y en sus muebles era de acacia, la menos susceptible al deterioro de todas las que había en el Sinaí. Las paredes consistían  en tablas colocadas verticalmente, fijadas sobre basas de plata y aseguradas por columnas y travesaños; y todo cubierto de oro, lo cual hacia aparecer al edificio como de oro macizo.  El techo estaba formado de cuatro juegos de cortinas, el de más adentro era “de lino torcido, azul, y púrpura, y carmesí: y…querubines de obra primorosa” (Éxodo 26:1); los otros tres eran de pelo de cabras, de cueros de carnero tenidos de rojo y de cueros de tejones, arreglados de tal manera que ofrecían completa protección.

El edificio se dividía en dos secciones mediante una bella y rica cortina, o velo, suspendida de columnas doradas; y una cortina semejante a la anterior cerraba la entrada de la primera sección.  Tanto estos velos como la cubierta interior que formaba el techo, eran de los más magníficos colores, azul, púrpura y escarlata, bellamente combinados, y tenían, recamados con hilos de oro y plata, querubines que representaban la hueste de los ángeles asociados con la obra del santuario celestial, y que son espíritus ministradores del pueblo de Dios en la tierra.

El santo tabernáculo estaba colocado en un espacio abierto llamado atrio, rodeado por cortinas de lino fino que colgaban de columnas de metal.  La entrada a este recinto se hallaba en el extremo oriental.  Estaba cerrada con cortinas de riquísima tela hermosamente trabajada aunque eran inferiores a las del santuario.  Como estas cortinas del atrio alcanzaban sólo a la mitad de la altura de las paredes del tabernáculo, el edificio podía verse perfectamente de afuera.

En el atrio, y cerca de la entrada, se hallaba el altar de bronce del holocausto.  En este altar se consumían todos los sacrificios que debían ofrecerse por medio del fuego al Señor, y sobre sus cuernos se rociaba la sangre expiatoria. Entre el altar y la puerta del tabernáculo estaba la fuente, también de metal. Había sido hecha con los espejos donados voluntariamente por las mujeres de Israel.  En la fuente los sacerdotes debían lavarse las manos y los pies cada vez que entraban en el santo compartimento, o cuando se acercaban al altar para ofrecer un holocausto al Señor.

-Continúa en parte 5-

 

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CRISTO EN SU SANTUARIO-parte 3-

EL SANTUARIO CELESTIAL EN MINIATURA-parte 1-

Mientras Moisés estaba en el monte, Dios le ordenó: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos” (Éxodo 25:8); y les dio instrucciones completas para la construcción del tabernáculo.  A causa de su apostasía, los israelitas habían perdido el derecho a la bendición de la presencia divina, y por el momento hicieron imposible la construcción del santuario de Dios entre ellos.  Pero después que le fuera devuelto el favor del Cielo, el gran caudillo procedió a ejecutar la orden divina.

Ciertos hombres escogidos fueron especialmente dotados por Dios con habilidad y sabiduría para la construcción del sagrado edificio.  Dios mismo le dio a Moisés el plano con instrucciones detalladas acerca del tamaño y la forma, así como de los materiales que debían emplearse y de todos los objetos y muebles que había de contener. Los dos lugares santos hechos a mano, habían de ser “figura del verdadero”, “figuras de las cosas celestiales” (Hebreos 9:24, 23), es decir, una representación, en miniatura, del templo celestial donde Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, después de ofrecer su vida como sacrificio, habría de interceder a favor de los pecadores. Dios presentó ante Moisés en el monte una visión del santuario celestial, y le ordenó que hiciera todas las cosas de acuerdo con el modelo que se le había mostrado. Todas estas instrucciones fueron escritas cuidadosamente por Moisés, quien las comunicó a los jefes del pueblo. 

Para la construcción del santuario fue necesario hacer grandes  y costosos preparativos; hacía falta gran cantidad de los materiales más preciosos y caros; no obstante, el Señor sólo aceptó ofrendas voluntarias. “Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda; de todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda” (Éxodo 25:2). Tal fue la orden divina que Moisés repitió a la congregación. La devoción a Dios y un espíritu de sacrificio fueron los primeros requisitos para construir la morada del Altísimo.

Todo el pueblo respondió unánimemente. “Y vino todo varón a quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad, con ofrenda a Jehová para la obra del tabernáculo de reunión y para toda su obra, y para las sagradas vestiduras. Vinieron así hombres como mujeres, todos los voluntarios de corazón, y trajeron cadenas y zarcillos, anillos y brazaletes y toda clase de joyas de oro; y todos presentaban ofrenda de oro a Jehová».

“Todo hombre que tenía azul, púrpura, carmesí, lino fino, pelo de cabras, pieles de carneros teñidas de rojo, o pieles de tejones, lo traía.  Todo el que ofrecía ofrenda de plata o de bronce traía a Jehová la ofrenda; y todo el que tenía madera de acacia la traía para toda la obra del servicio.

“Además todas las mujeres sabias de corazón hilaban con sus manos, y traían lo que habían hilado: azul, púrpura, carmesí, o lino fino.  Y todas las mujeres cuyo corazón las impulsó en sabiduría hilaron pelo de cabra.

 “Los príncipes trajeron piedras de ónice, y las piedras de los engastes para el efod y el pectoral, y las especias aromáticas y el aceite para el alumbrado, y para el aceite de la unción, y para el incienso aromático” (Éxodo 35:21-28).

Mientras se llevaba a cabo la construcción del santuario, el pueblo, fuesen ancianos o jóvenes, adultos, mujeres o niños, continuaron trayendo sus ofrendas hasta que los encargados de la obra vieron que ya tenían lo suficiente, y aún más de lo que podrían usar. Y Moisés hizo proclamar por todo el campamento: “Ningún hombre ni mujer haga más para la ofrenda del santuario. Así se le impidió al pueblo ofrecer más” (Éxodo 36:6).

-Continúa en parte 4-

 

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CRISTO EN SU SANTUARIO-parte 2-

CRISTO EN EL SISTEMA DE SACRIFICIOS-parte 2-

Se estableció entonces un sistema que requería el sacrificio de animales, a fin de mantener delante del hombre caído lo que la serpiente había hecho que Eva no creyera, que la paga de la desobediencia es la muerte.  La transgresión de la Ley de Dios hizo necesario que Cristo muriese como sacrificio, a fin de proporcionar al hombre una vía de escape de su castigo, y preservar al mismo tiempo el honor de la Ley de Dios. El sistema de sacrificios habría de enseñar al hombre humildad, en vista de su condición caída, y conducirlo al arrepentimiento y a confiar solamente en Dios, por medio del Redentor prometido, para obtener el perdón por las pasadas transgresiones de su ley (Spirit of Prophecy, tomo 1, pags.261, 262).

El sistema de sacrificios fue trazado por Cristo mismo, y dado a Adán como un símbolo del Salvador que habría de venir (Signs of the Times).

EL HOMBRE OFRECE SU PRIMER SACRIFICIO

Para Adán, ofrecer el primer sacrificio fue una ceremonia muy dolorosa.  Tuvo que alzar la mano para quitar una vida que sólo Dios podía dar. Por primera vez iba a presenciar la muerte, y sabía que si hubiese sido obediente a Dios no la habrían conocido ni el hombre ni las bestias. Mientras mataba la inocente víctima temblaba al pensar que su pecado haría derramar la sangre del Cordero inmaculado de Dios.  Esta escena le dio un sentido más profundo y vívido de la enormidad de su transgresión, que nada sino la muerte del querido Hijo de Dios podía expiar. Y se admiró de la infinita bondad del que daba semejante rescate para salvar a los culpables. Una estrella de esperanza iluminaba el tenebroso y terrible futuro, y lo libraba de una completa desesperación (Patriarcas y Profetas, pág.54).

Se le encomendó a Adán que enseñara a sus descendientes a temer al Señor y, por su ejemplo y humilde obediencia, les enseñase a tener en alta estima las ofrendas que simbolizaban al Salvador que habría de venir.  Adán atesoró cuidadosamente lo que Dios le había revelado, y lo trasmitió verbalmente a sus hijos y a los hijos de sus hijos (Spirit of Prophecy, tomo 1, pág.59).

A la puerta del paraíso, guardada por querubines, se manifestaba la gloria de Dios, y allí iban los primeros adoradores a levantar sus altares y a presentar sus ofrendas (Patriarcas y Profetas, pág.70).

En los sacrificios ofrecidos en cada altar se veía al Redentor.  Con la nube de incienso se elevaba de cada corazón contrito la oración de que Dios aceptara sus ofrendas como una muestra de fe en el Salvador venidero (Review and Herald).

El sistema de sacrificios confiado a Adán fue también pervertido por sus descendientes.  La superstición, la idolatría, la crueldad y el libertinaje corrompieron el sencillo y significativo servicio que Dios había establecido.  A través de su larga relación con los idolatras, el pueblo de Israel había mezclado muchas costumbres paganas con su culto; por consiguiente, en el Sinaí el Señor le dio instrucciones definidas tocante al servicio del santuario (Patriarcas y Profetas, pág.380).

PREGUNTAS PARA MEDITAR

1.       ¿Por qué solamente uno igual a Dios podía expiar la transgresión de la ley divina?

2.       ¿Qué significado tuvo la declaración de Génesis 3:15 para Satanás? ¿Para Adán y Eva?

3.       ¿Por qué se le otorgó un tiempo de gracia?

4.       ¿Cuál fue el propósito del sistema de sacrificios?

5.       ¿Por qué razón el primer sacrificio de Adán fue una ceremonia dolorosa?

6.       ¿Dónde levantaron Adán y Eva sus primeros altares? ¿Qué significa ésto?

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