MENTE, CARÁCTER Y PERSONALIDAD-parte 133-
LA VOLUNTAD Y LA DECISION. La fortaleza del carácter depende de dos cosas: de la fuerza de voluntad y de la capacidad del dominio propio. Muchos confunden fortaleza de carácter con una pasión fuerte e incontrolada. -parte 3-
DOS ELEMENTOS DEL CARÁCTER: La fortaleza del carácter depende de dos cosas: de la fuerza de voluntad y de la capacidad del dominio propio. Muchos jóvenes confunden fortaleza de carácter con una pasión fuerte e incontrolada, pero la verdad es que el que se deja dominar por sus pasiones es débil.
La verdadera grandeza y nobleza del hombre se mide por el poder de los sentimientos que subyuga, y no por el poder de los que lo dominan. El hombre fuerte es el que, aunque sensible al mal trato, domina sus pasiones y perdona a sus enemigos. Los tales son verdaderos héroes.
VOLUNTAD UNIDA AL PODER DIVINO: Todos pueden llegar a ser hombres de responsabilidad e influencia si, mediante la fuerza de voluntad unida al poder divino, se entregan fervientemente a la obra. Ejerciten las facultades mentales, y en ningún caso descuiden las físicas. No permitan que la desidia intelectual les cierre la senda de un conocimiento mayor.
Aprendan a reflexionar y a estudiar, para que sus mentes puedan expandirse, fortalecerse y desarrollarse. Nunca piensen que han aprendido lo suficiente y que pueden disminuir sus esfuerzos. La mente cultivada es la medida del hombre. Su educación debería continuar durante toda su vida; cada día debería estar aprendiendo y dándole un uso práctico al conocimiento adquirido.
EL CORRECTO EJERCICIO DE LA VOLUNTAD RESISTE LA ENFERMEDAD: Muchos que son aparentemente débiles y que siempre están quejándose, no están tan mal como se imaginan. Algunos de ellos tienen una fuerte voluntad que si se la ejerciera en la correcta dirección, sería un medio poderoso para controlar la imaginación y así resistir la enfermedad. Pero con demasiada frecuencia se ejerce la voluntad en la dirección equivocada, y ésta rehúsa tenazmente someterse a la razón.
LA VOLUNTAD EN EL TRATAMIENTO DE LA ENFERMEDAD: El poder de la voluntad no se aprecia debidamente. Mantengamos despierta la voluntad y encaminémosla con acierto, y comunicará energía a todo el ser y constituirá un auxilio admirable para la conservación de la salud. La voluntad es también poderosa en el tratamiento de las enfermedades.
Ejercitando la fuerza de voluntad para ponerse en armonía con las leyes de la vida, los pacientes pueden cooperar en gran manera con los esfuerzos del médico para su restablecimiento. Son miles los que pueden recuperar la salud si quieren. El Señor no desea que estén enfermos, sino sanos y felices; y ellos mismos deberían decidirse a estar bien.
Muchas veces los enfermizos pueden resistir la enfermedad, negándose sencillamente a rendirse al dolor y a permanecer inactivos. Sobrepónganse a sus dolencias y emprendan alguna ocupación provechosa adecuada a su fuerza. Mediante esta ocupación y el libre uso de aire y sol, muchos enfermos podrían recuperar salud y fuerza.
SE PROMETE MEJOR SALUD: Los malos hábitos y las malas costumbres están produciendo entre los hombres toda clase de enfermedades. Logremos que el entendimiento se convenza, por medio de la educación, de la pecaminosidad de abusar y degradar las facultades que Dios nos ha dado.
Que la mente adquiera inteligencia y la voluntad sea puesta del lado del Señor, y entonces la salud física mejorará maravillosamente.
Pero ésto nunca puede lograrse sólo sobre la base de la fuerza humana. Junto a los esfuerzos fervientes realizados por la gracia de Cristo para renunciar a las malas costumbres y asociaciones, y para ser temperantes en todas las cosas, debe existir además la profunda convicción de que tenemos que procurar de Dios, por medio del sacrificio expiatorio de Cristo, el arrepentimiento y el perdón de los pecados pasados.
Estas cosas deben manifestarse en la experiencia diaria; debe haber una estricta vigilancia y un incansable intento de que Cristo ponga todo pensamiento en cautividad. Su poder renovador debe manifestarse en el alma de modo que, como seres responsables, presentemos nuestros cuerpos a Dios como un sacrificio vivo, santo y agradable a El, que es nuestro culto racional. (Elena White)
Continúa en parte 134
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