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Posts Tagged ‘lugar santo’

CRISTO EN SU SANTUARIO-parte 9-

EL SANTUARIO CELESTIAL EN MINIATURA-parte 7-

EL SERVICIO DEL SANTUARIO-parte 2-

El incienso, que ascendía con las oraciones de Israel, representaba los méritos y la intercesión de Cristo, su perfecta justicia, la cual por medio de la fe se acredita a su pueblo, y es lo único que puede influir para que el culto de los seres humanos sea aceptable a Dios.  Delante del velo del lugar santísimo había un altar de intercesión perpetua; y delante del lugar santo, un altar de expiación continua.  Había que acercarse a Dios mediante la sangre y el incienso, pues estas cosas simbolizaban al gran Mediador, por medio de quien los pecadores pueden acercarse a Jehová, y por cuya intervención tan sólo puede otorgarse misericordia y salvación al alma arrepentida y creyente.

Mientras de mañana y de tarde los sacerdotes entraban en el lugar santo a la hora de ofrecer el incienso, el sacrificio diario estaba listo para ser colocado sobre el altar de los holocaustos, en el atrio.  Esta era una hora de intenso interés para los adoradores que se congregaban ante el tabernáculo.  Antes de allegarse a la presencia de Dios por medio del ministerio del sacerdote, debían hacer un ferviente examen de sus corazones y luego confesar sus pecados.  Se unían en oración silenciosa, con los rostros vueltos hacia el lugar santo.  Así sus peticiones ascendían con la nube de incienso, mientras la fe aceptaba los méritos del Salvador prometido al que simbolizaba el sacrificio expiatorio. 

Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino se consideraban sagradas, y toda la nación judía llegó a observarlas como momentos dedicados al culto.  Y cuando en tiempos posteriores los judíos fueron diseminados como cautivos en distintos países, aún entonces a la hora indicada dirigían el rostro hacia Jerusalén, y elevaban sus oraciones al Dios de Israel.  En esta costumbre los cristianos tienen un ejemplo para su oración matutina y vespertina.  Si bien Dios condena la mera ejecución de ceremonias que carezcan del espíritu de culto, mira con gran satisfacción a los que le aman y se postran de mañana y tarde, para pedir el perdón de los pecados cometidos y las bendiciones que necesitan.

Los panes de la proposición se conservaban siempre ante la presencia del Señor como una ofrenda perpetua.  De manera que formaban parte del sacrificio diario. También se los puede llamar “los panes de la presencia”, porque siempre estaban ante el Señor (Exo.25:30).  Era un reconocimiento de que el hombre depende de Dios tanto para su alimento temporal como para el espiritual, y de que se lo recibe únicamente en virtud de la mediación de Cristo.  En el desierto Dios había alimentado a Israel con el pan del cielo y el pueblo seguía dependiendo de su generosidad, tanto en lo referente a las bendiciones temporales como a las espirituales.

El maná, así como los panes de la proposición, simbolizaba a Cristo, el pan viviente, quien está siempre en la presencia de Dios para interceder por nosotros.  El mismo dijo: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo” (Juan 6:48-51). Sobre los panes se ponía el incienso. Cuando se los cambiaba cada sábado, para reemplazarlos por panes frescos, el incienso se quemaba sobre el altar como recordatorio delante de Dios.

-Continúa en parte 10-

 

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CRISTO EN SU SANTUARIO-parte 8-

EL SANTUARIO CELESTIAL EN MINIATURA-parte 6-

EL SERVICIO DEL SANTUARIO-parte 1-

No sólo el santuario mismo, sino también el ministerio de los sacerdotes, debían servir de “figura y sombra de las cosas celestiales” (Heb.8:5). Por eso era de suma importancia; y el Señor, por medio de Moisés, dio las instrucciones más claras y precisas acerca de cada uno de los puntos de este culto simbólico.

El ministerio del santuario consistía en dos partes: un servicio diario y otro anual. El servicio diario se efectuaba en el altar de holocaustos en el atrio del tabernáculo, y en el lugar santo; mientras que el servicio anual se realizaba en el lugar santísimo.

Ningún ojo mortal, excepto el del sumo sacerdote, debía mirar el interior del lugar santísimo. Sólo una vez al año podía entrar allí el sumo sacerdote, y eso después de la preparación más cuidadosa y solemne.  Temblando, entraba para presentarse ante Dios, y el pueblo en reverente silencio esperaba su regreso, con los corazones elevados en fervorosa oración para pedir la bendición divina.  Ante el propiciatorio, el sumo sacerdote hacia expiación por Israel; y en la nube de gloria, Dios se encontraba con él. Si su permanencia en dicho sitio duraba más tiempo del acostumbrado, el pueblo sentía temor de que, a causa de los pecados de ellos o de él mismo, lo hubiese muerto la gloria del Señor.

El servicio diario consistía en el holocausto matutino y vespertino, en el ofrecimiento del incienso en el altar de oro y en los sacrificios especiales por los pecados individuales. Además, había sacrificios para los sábados, las lunas nuevas y las fiestas especiales.

Cada mañana y cada tarde se ofrecía en holocausto sobre el altar un cordero de un año, con las oblaciones apropiadas para simbolizar la consagración diaria a Dios de toda la nación y su constante dependencia de la sangre expiatoria de Cristo.  Dios les indicó expresamente que toda ofrenda presentada para el servicio del santuario debía ser “sin defecto” (Éxodo 12:5).  Los sacerdotes debían examinar todos los animales que se traían como sacrificio, y rechazar los defectuosos. Sólo una ofrenda “sin defecto” podía simbolizar la perfecta pureza de Aquel que había de ofrecerse como “cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:19).

El apóstol Pablo señala estos sacrificios como una ilustración de los que los seguidores de Cristo han de llegar a ser. Dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1). Hemos de entregarnos al servicio de Dios, y debiéramos tratar de hacer esta ofrenda tan perfecta como sea posible. Dios no quedará satisfecho sino con lo mejor que podamos ofrecerle.  Los que lo aman de todo corazón desearán darle el mejor servicio de su vida, y constantemente tratarán de poner todas las facultades de su ser en perfecta armonía con las leyes que los habilitan para hacer la voluntad de Dios.

Al presentar la ofrenda del incienso el sacerdote se acercaba más directamente a la presencia de Dios que en ningún otro acto de los servicios diarios. Como el velo interior del santuario no llegaba hasta el techo del edificio, la gloria de Dios, que se manifestaba sobre el propiciatorio, era parcialmente visible desde el lugar santo.  Cuando el sacerdote ofrecía incienso ante el Señor, miraba hacia el arca; y mientras ascendía la nube del incienso, la gloria divina descendía sobre el propiciatorio que no podía contemplar, así ahora el pueblo de Dios a de dirigir sus oraciones a Cristo, su gran Sumo Sacerdote quien, invisible para el ojo humano, está intercediendo en su favor en el santuario celestial.

-Continúa en parte 9-

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CRISTO EN SU SANTUARIO-parte 5-

EL SANTUARIO CELESTIAL EN MINIATURA-parte 3-

EL TABERNACULO Y SU CONSTRUCCIÓN-parte 2-

En el primer departamento, o lugar santo, estaban la mesa para los panes de la proposición, el candelero o lámpara y el altar del incienso. La mesa de los panes de la proposición estaba hacia el norte.  Tanto ella como su borde decorado estaban revestidos de oro puro.  Sobre esta mesa los sacerdotes debían poner cada sábado doce panes, arreglados en dos pilas y rociados con incienso.  Por ser santos, los panes que se quitaban debían ser comidos por los sacerdotes.  Al sur estaba el candelero de siete brazos, con sus siete lámparas.  Sus brazos estaban decorados con flores exquisitamente labradas y parecidas a lirios; el conjunto estaba hecho de una pieza sólida de oro. Como no había ventanas en el tabernáculo, las lámparas nunca se extinguían todas al mismo tiempo, sino que ardían día y noche.  Exactamente frente al velo que separaba el lugar santo del santísimo y de la inmediata presencia de Dios, estaba el altar de oro del incienso.  Sobre este altar el sacerdote debía quemar incienso todas las mañanas y todas las tardes; sobre sus cuernos se aplicaba la sangre de la victima de la expiación, y en el gran día de la expiación era rociado con sangre. El fuego que estaba sobre el altar fue encendido por Dios mismo, y se lo cuidaba devotamente. Día y noche, el santo incienso difundía su fragancia por los recintos sagrados del tabernáculo y por sus alrededores.

Más allá del velo interior estaba el lugar santísimo que era el centro del servicio de expiación e intercesión, y constituía el eslabón que unía el cielo y la tierra.  En ese departamento está el arca, que era un cofre de madera de acacia, recubierto de oro por dentro y por fuera, y que tenía un reborde de oro encima.  En el estaban guardadas las tablas de piedra, en las cuales Dios mismo había grabado los Diez Mandamientos.  Por consiguiente, se lo llamaba arca del testamento de Dios, o arca de la alianza, puesto que los Diez Mandamientos eran la base de la alianza hecha entre Dios e Israel.

La cubierta del arca sagrada se llamaba “propiciatorio”.  Estaba hecha de una sola pieza de oro, y encima tenía dos querubines de oro, uno en cada extremo. Un ala de cada ángel se extendía hacia arriba, mientras la otra permanecía plegada sobre el cuerpo (véase Ezeq.1:11) en señal de reverencia y humildad.  La posición de los querubines,  con la cara vuelta el uno hacia el otro y mirando reverentemente hacia abajo sobre el arca, representaba la reverencia con la cual la hueste celestial mira la Ley de Dios y su interés en el plan de redención.

Encima del propiciatorio estaba la “Shekinah”, o manifestación de la divina presencia; y desde en medio de los querubines Dios daba a conocer su voluntad.  Los mensajes divinos eran comunicados a veces al sumo sacerdote mediante una voz que salía de la nube.  Otras veces caía una luz sobre el ángel de la derecha, para indicar aprobación o aceptación o una sombra o nube descansaba sobre el ángel de la izquierda, para revelar desaprobación o rechazamiento.

La Ley de Dios, guardada como reliquia dentro del arca, era la gran regla de la rectitud y del juicio.  Esa ley determinaba la muerte del transgresor; pero encima de la ley estaba el propiciatorio, donde se revelaba la presencia de Dios y desde el cual, en virtud de la expiación, se otorgaba perdón al pecador arrepentido.  Así, en la obra de Cristo a favor de nuestra redención, simbolizada por el servicio del santuario, “La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron” (Salmo 85:10).

-Continúa en parte 6-

 

 

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ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA – EL FUTURO BRILLANTE DE UNA RAZA CAIDA –parte 44-

COMO SOMOS SALVOS –parte 11-

¿COMO PODEMOS VENCER EL PECADO?-parte 1-

El secreto de la victoria sobre el pecado se halla en varios  de los versículos que hemos citado antes. Notemos:

1         Hay que “nacer de Dios” y permanecer en El.

2         Dios es poderoso para guardarnos sin caída.

3         Cuando somos tentados, El nos da la vía de escape.

4         Cristo nos fortalece.

Todos estos conceptos muy hermosos, pero en términos prácticos, ¿cómo se llegan a formar parte de la misma fibra de nuestro ser? ¿Cómo se convierten estas palabras en una experiencia viva y personal con Dios? Veamos otros pasajes de la biblia que nos ayudan a contestar más cabalmente estas preguntas tan importantes.

Dios ha provisto tres medios para que venzamos el pecado y lleguemos a asemejarnos a Cristo, y éstos se hallan ilustrados en el antiguo santuario hebreo. El santuario hebreo tenía un patio o atrio, delimitado por una cerca, dentro del cual se hallaban dos muebles: el altar del sacrificio y una fuente de agua limpia. En el altar del sacrificio se derramaba la sangre de animales, que representaba la sangre de Cristo que iba a morir para redimirnos del pecado. 

La fuente representaba la regeneración o el nuevo nacimiento por el poder del Espíritu Santo (Tito 3:5). También en el atrio se hallaba un edificio con dos apartamentos. El primero de ellos se llamaba el “lugar santo” y el segundo el “lugar santísimo”.  En el lugar santo es donde hallamos los tres medios para vencer el pecado y asemejarnos a Cristo.

Allí había tres muebles.  El primero se hallaba al norte y era una mesa de oro con doce panes sin levadura.  El segundo se encontraba al occidente y era un altar de oro en donde se quemaba incienso. El tercer mueble estaba hacia el sur y era un candelabro de oro que tenía siete brazos. Al extremo de cada brazo se hallaba una mecha y un recipiente con aceite de oliva.

¿Qué representaban estos tres muebles?

Empecemos con la mesa de los panes.  El pan sin levadura representa la palabra de Dios. El profeta Isaías compara el pan con la palabra de Dios en Isaías 55:10-11: “Porque como desciende de los cielos la lluvia y  la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será  prosperada en aquello para que la envié”

En el monte de la tentación el Señor le dijo al diablo: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4).  Después de alimentar a 5.000 hombres con cinco panes y dos peces, Jesús invitó a los presentes a que comieran su carne y bebieran su sangre. Esto no puede tomarse literalmente, pues la Biblia condena el canibalismo.  Jesús mismo explicó que “el Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63). 

Las palabras de Cristo son las que dan vida, no su sangre y carne literal.  En el estudio de la Palabra asimilamos a Cristo, El llega a ser carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre.  Mientras más tiempo pasemos con la Palabra, más poder recibiremos de Cristo para vencer el pecado. Bien dijo el salmista:

“¿Con que limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra…En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119:9,11).  Jesús dijo: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Juan 15:3).  Y el apóstol Pablo afirma que la iglesia es santificada y limpiada “en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:26).

Continúa en parte 45

 

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