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LEYES CIVILES Y DIVINAS EN PELIGRO-(Los Diez Mandamientos de Dios) -parte 2-

“De buena gana o no, preparados o no, todos estamos involucrados en una triple competencia global, intensa, sin reglas que la limiten. Sin embargo, la mayoría de nosotros no somos competidores. Somos las apuestas. Porque lo que está en competencia es quién establecerá el primer sistema mundial de gobierno que haya existido jamás en la sociedad de las naciones…..La competencia es intensa porque, ahora se ha iniciado, no hay forma de revertirla ni detenerla.” (Malachi Martin, en Las Llaves de esta Sangre, pag.11)

No es el propósito atacar a individuos, sino más bien, hacer referencia a la historia y al futuro profetizado que la Biblia presenta del sistema religioso católico Romano.

¿GOBERNARA EL PAPA AL MUNDO NUEVAMENTE?

COMPROMISO FATAL

El apóstol Pablo, en su segunda carta a los Tesalonicenses, predijo la gran apostasía que había de resultar en el establecimiento del poder papal. Declaró, respecto al día de Cristo: “ESE DÍA NO PUEDE VENIR, SIN QUE VENGA PRIMERO LA APOSTASÍA, Y SEA REVELADO EL HOMBRE DE PECADO, EL HIJO DE PERDICION; EL CUAL SE OPONE Y SE LEVANTA CONTRA TODO LO QUE SE LLAMA DIOS, O ES OBJETO DE CULTO; TANTO QUE SE SIENTA EN EL TEMPLO DE DIOS COMO DIOS, HACIÉNDOSE PASAR POR DIOS.” además el apóstol advierte a sus hermanos que “EL MISTERIO DE LA INIQUIDAD ESTA YA OBRANDO.” (2 Tes.2:3-7) Ya en aquélla época veía él que se introducían en la iglesia errores que prepararían el camino para el desarrollo del papado.

Poco apoco, primero solapadamente y a hurtadillas, y después con más desembozo, conforme iba cobrando fuerza y dominio sobre los espíritus de los hombres, “el misterio de iniquidad” hizo progresar su obra engañosa y blasfema. De un modo casi imperceptible costumbres del paganismo penetraron en la iglesia cristiana. El espíritu de avenencia y transacción fue coartado por algún tiempo por las terribles persecuciones que sufriera la iglesia bajo el régimen del paganismo. Más habiendo cesado la persecución y habiendo penetrado el cristianismo en las cortes y palacios, la iglesia dejó a un lado la humilde sencillez de Cristo y de sus apóstoles por la pompa y el orgullo de los sacerdotes y gobernantes paganos, y sustituyó los requerimientos de Dios por las teorías y tradiciones de los hombres.

La conversión nominal de Constantino, a principios del siglo cuarto, causó gran regocijo, y el mundo disfrazado con capa de rectitud, se introdujo en la iglesia. Desde entonces la obra de corrupción progreso rápidamente. El paganismo que parecía haber sido vencido, vino a ser el vencedor. Su espíritu dominó a la iglesia. Sus doctrinas, ceremonias y supersticiones se incorporaron a la fe y al culto de los que profesaban ser discípulos de Cristo.

EL HOMBRE DE PECADO

Esta avenencia entre el paganismo y el cristianismo dio por resultado el desarrollo del “hombre de pecado” predicho en la profecía como oponiéndose a Dios y ensalzándose a sí mismo sobre Dios. Ese gigantesco sistema de falsa religión es obra maestra del poder de Satanás, un monumento de sus esfuerzos para sentarse él, en el trono y reinar sobre la tierra según su voluntad. A fin de asegurarse honores y ganancias mundanas, la iglesia fue inducida a buscar el favor y el apoyo de los grandes de la tierra, y habiendo rechazado de esa manera a Cristo, tuvo que someterse al representante de Satanás, el obispo de Roma.

 

 

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MEDITACIONES-REFLEJEMOS A JESUS –parte 26-

LA PROMESA DEL NUEVO PACTO

“Este es el pacto que haré con ellos. Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, Y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (Hebreos 10:16, 17).

Fue el Creador de los hombres, el Dador de la Ley, quien declaró que no albergaba el propósito de anular sus preceptos. Todo en la naturaleza, desde la diminuta partícula que baila en un rayo de sol hasta los astros en los cielos, está sometido a leyes. De la obediencia a estas leyes dependen el orden y la armonía del mundo natural. Es decir que grandes principios de justicia gobiernan la vida de todos los seres inteligentes, y de la conformidad a estos principios depende el bienestar del universo.

Antes que se creara la tierra existía la Ley de Dios. Para que este mundo esté en armonía con el cielo, el hombre también debe obedecer los estatutos divinos. Cristo dio a conocer al hombre en el Edén los preceptos de la Ley, “Cuando alababan todas las estrellas del alba, Y se regocijaban todos los hijos de Dios” (Job 38:7). La misión de Cristo en la tierra no fue abrogar la Ley, sino hacer volver a los hombres por su gracia a la obediencia de sus preceptos.

El discípulo amado, que escuchó las palabras de Jesús en el monte, al escribir mucho tiempo después, bajo la inspiración del Espíritu Santo, se refirió a la Ley como a una norma de vigencia perpetua. Dice que: “…el pecado es infracción de la ley”, y que “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley” (1 Juan 3:4). Expresa claramente que la Ley a la cual se refiere es “…el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio…” (1 Juan 2:7). Habla de la Ley que existía en la creación y que se reiteró en el Sinaí.

Debía enseñar la espiritualidad de la Ley, presentar sus principios de vasto alcance y explicar claramente su vigencia perpetua. La belleza divina del carácter de Cristo, de quien los hombres más nobles y más amables son tan sólo un pálido reflejo; de quien escribió Salomón, por el Espíritu de inspiración, que es el “…señalado entre diez mil…y todo él codiciable” (Cantares 5:10, 16); de quien David, viéndolo en visión profética, dijo: “Eres el más hermoso de los hijos de los hombres…” (Salmo 45:2).

Jesús, la imagen de la persona del Padre, el esplendor de su gloria; el que fue abnegado Redentor en toda su peregrinación de amor en el mundo, era una representación viva del carácter de la Ley de Dios. En su vida se manifestó el hecho de que el amor nacido en el cielo, los principios fundamentales de Cristo, sirven de base a las leyes de rectitud eterna.

Estos principios que se comunicaron a los hombres en el paraíso como la Ley suprema de la vida existirán sin sombra de cambio en el paraíso restaurado. (El discurso maestro de Jesucristo)

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