DOCTRINA DE LA VIDA CRISTIANA
CRISTO COMO MAYORDOMO. Cristo soportó la crueldad de la cruz, el dolor aún más profundo que le causó el rechazo de los suyos, y el inconcebible abandono de Dios. Cristo entregó no sólo todo lo que tenía – y poseía todo-, sino también se entregó a sí mismo. En esto consiste la mayordomía. Al contemplar ese don supremo nos apartamos de nosotros mismos, rechazando nuestro amor propio, y llegamos a ser como El. Por cuanto Cristo murió por el mundo, la mayordomía en su sentido más amplio también se orienta hacia las necesidades del mundo.
LAS BENDICIONES DE LA MAYORDOMÍA. Dios nos ha asignado el papel de mayordomos para nuestro propio beneficio, no para el suyo.
UNA BENDICIÓN PERSONAL. Una razón por la cuál Dios nos pide que consagremos continuamente a El nuestra vida entera—el tiempo, las capacidades, el cuerpo y las posesiones materiales-, es con el fin de promover nuestro propio crecimiento espiritual y desarrollo de carácter. Al mantener fresco en nuestra conciencia el hecho de que Dios es el dueño de todo, y al ver que no cesa de derramar sobre nosotros todo su amor, nuestro propio amor y gratitud se alimentan y fortalecen.
La mayordomía fiel también nos ayuda a obtener la victoria sobre la codicia y el egoísmo. El Decálogo condena la codicia, uno de los peores enemigos de la humanidad. Jesús también amonestó contra ella: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Luc.12:15). El ejercicio regular y sistemático de la generosidad nos ayuda a desarraigar de nuestras vidas la avaricia y el egoísmo.
La mayordomía nos lleva a desarrollar hábitos de economía y eficiencia. “Habiendo crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gal.5:24), no usaremos nada con fines de gratificación egoísta. “Cuando se les concede el lugar principal en la vida a los principios de la mayordomía, el alma se ilumina, nuestros propósitos se afirman, los placeres sociales se despojan de rasgos indebidos, la vida comercial se halla bajo la autoridad de la regla de oro, y la ganancia de almas se convierte en una pasión. Estas son las abundantes bendiciones que las provisiones de Dios traen a una vida de fe y fidelidad”.
UNA BENDICIÓN PARA NUESTROS SEMEJANTES. Los verdaderos mayordomos bendicen a todos los individuos con quienes se ponen en contacto. Obedecen el encargo de mayordomía que hizo Pablo: “Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo porvenir, que echen mano de la vida eterna” (1 Tim.6: 18,19).
La mayordomía abarca el servicio a los demás e implica nuestra disposición a compartir todo lo que Dios nos haya entregado en su misericordia, que pueda ser de beneficio para otros. Esto significa que “ya no consideramos que la vida consiste en la cantidad de dinero que tenemos, los títulos que poseemos, las personas importantes que conocemos, la casa y vecindario en que vivimos, ni la posición e influencia que creemos poseer. La vida verdadera consiste en conocer a Dios, desarrollar atributos amantes y generosos como los suyos, y en dar lo que podemos, según El nos haya prosperado. Dar con el Espíritu de Cristo es vivir de verdad”.
En vista de que Cristo nos asegura que volverá cuando se haya proclamado el Evangelio del reino “para testimonio a todas las naciones” (Mat.24:14), todos estamos invitados a ser mayordomos y colaboradores con El. De este modo el testimonio de la iglesia será una poderosa bendición para el mundo, y sus fieles administradores se regocijarán al ver que las bendiciones del Evangelio se extienden a la vida de sus semejantes.
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