MENTE, CARÁCTER Y PERSONALIDAD-parte 86-
EXPERIENCIA PERSONAL DE LA AUTORA.
Cuando nos encontramos profundamente ensombrecidos es porque Satanás se ha interpuesto entre nosotros y los brillantes rayos del Sol de Justicia. En los momentos de tribulación este resplandor se eclipsa y no entendemos porque nos da la impresión de que la seguridad desaparece. Se nos induce a mirar al yo, y eso nos impide recibir el consuelo que hay en la cruz -no en su sombra- para nosotros.
Nos quejamos del camino, y apartamos nuestra mano de la de Cristo. Pero a veces el favor de Dios irrumpe repentinamente en el alma, y las sombras se disipan. Vivamos a la luz de la cruz del Calvario. No moremos más en las sombras, quejándonos de nuestros dolores, porque eso sólo aumenta nuestra tribulación.
No olvidemos nunca, que Cristo está con nosotros tanto cuando caminamos confiadamente como cuando estamos en la cima de la montaña.
“Sé a quien he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” “A quien amáis sin haberlo visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (2 Tim.1:12; 1 Ped.1: 8,9).
Debo confiar en El, no importa cuantos cambios se produzcan en mi atmósfera emocional. Debo manifestar las alabanzas del que me llamó “de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped.2:9). Mi corazón debe permanecer firme en Cristo, mi Salvador, para contemplar su amor y su bondad llena de gracia.
No debo confiar en El solamente de vez en cuando, sino siempre, para que pueda manifestar los resultados de morar en Aquél que me adquirió con su preciosa sangre. Debo aprender a creer en sus promesas y a aceptarlas como la segura palabra de Dios para tener una fe estable.
Muchos que aman a Dios y tratan de honrarlo temen no tener derecho a reclamar sus ricas promesas. Se refieren a sus penosas luchas y a la oscuridad que se extiende sobre su senda, y al hacerlo pierden de vista la luz del amor que Jesucristo derramó sobre ellos.
Pierden de vista la gran redención que fue adquirida para ellos a un costo infinito. Muchos están de pie allá lejos, como si tuvieran miedo de tocar aunque sea el borde de la túnica de Cristo, pero su invitación llena de gracia se les extiende incluso a ellos, y El sigue rogando:
“Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30)
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