RECIBIREIS PODER-Persona, Presencia y Obra del Espíritu Santo-parte 16-
DADOR DE UNA VIDA NUEVA
“Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5)
Necesitamos “nacer de nuevo” para poder servir al Señor aceptablemente. Debe ser abandonada nuestra inclinación natural, que está en abierta oposición al Espíritu de Dios. Necesitamos llegar a ser hombres y mujeres hechos nuevos en Cristo Jesús. Nuestra vida antigua, que no ha sido renovada, tiene que dar lugar a una nueva vida llena de amor, de confianza, y de una obediencia espontánea.
¿Piensa acaso que semejante cambio no es necesario para entrar en el reino de Dios? Escuche lo que dice la Majestad de los cielos: “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7). “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mat.18:3).
A menos que se produzca un cambio, no podremos servir a Dios como corresponde. Nuestra obra será defectuosa; los planes incorporarán ideas mundanas, y el fuego ofrecido deshonrará a Dios. La vida se tornará impía e infeliz, inquieta y llena de dificultades.
Los cambios que produce la nueva vida se realizan unicamente por accion eficaz del Espíritu Santo. Solamente El puede limpiarnos de la impureza. Si aceptamos que modele y forme el corazón, llegaremos a ser aptos para discernir el carácter del reino de Dios y para realizar los cambios que necesitan producirse, a fin de que tengamos acceso a sus dominios.
El orgullo y el amor propio resisten al Espiritu Santo. Cada inclinación natural se opone a que la autosuficiencia y el orgullo sean sustituidos por la humildad y la mansedumbre de Cristo. Pero, si deseamos andar en el camino que conduce a la vida eterna, no debemos prestar oídos a los susurros del egoísmo. Con humildad y contrición tenemos que implorar a nuestro Padre Celestial:
“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:10). En la medida en que recibamos la luz divina y estemos dispuestos a cooperar con las inteligencias celestiales, gracias al poder de Cristo naceremos otra vez, liberados de la contaminación del pecado.
Cristo vino al mundo porque el hombre perdió la imagen y naturaleza de Dios. Lo vio extraviado de la senda de la paz, la pureza; si intentaba volver por sí msmo, nunca encontraría el camino de regreso. Vino con un plan de salvación adecuado y completo que incluye el cambio de corazón de piedra por uno de carne.
Vino también para transformar la naturaleza pecaminosa a su semejanza, a fin de que pudieramos ser participantes de la naturaleza divina y adaptados para las cortes celestiales.